Opinión

Mariano, contigo empezó todo

Al activar el 155, con su desconocimiento de la realidad catalana y sus antecedentes de errores graves pasados, Rajoy asume un gran riesgo

LLEVO SEIS días en Barcelona arrastrando un pesado y molesto catarro que casi ni me deja fumar, lo que acaba por limitar la no mucha creatividad que me queda. Cada vez que me paso de la raya con una jornada completa de trabajo, al día siguiente me tumba, aunque ahora ya, afortunadamente, sea sólo por unas horas. Se está yendo, espero. Hay mucho periodista catalán derrotado por esos virus a los que recurren los médicos cuando no tienen nada que decir para describir lo que quizá sea el producto de un cansancio colosal, que diría Mariano, o la somatización de la montaña rusa de tensión que empezó con los atentados del 17 de agosto y que no se sabe si acabará algún día.

Yo no soy un periodista catalán, aunque sí participé el 1-O en el despliegue de esa maravilla radiofónica, por risueña, dinámica y bien hecha, que es RAC1, la emisora líder aquí y en la que lo paso en grande, sobre todo ahora que ya no me dejan hablar en la Radio Galega, ni en la TVG. Y oficialmente me he vuelto más bien portugués, pues mi acreditación del martes del Parlament era de la revista Visão, para la que he venido a escribir.

Después del pleno, como la tos se convertía en mareo y me empezaba a angustiar la falta de fuerzas ante esas vísperas interminables a las que está encadenada Cataluña, fui al centro de salud y allí encontré el testimonio más clarividente que escuché desde que llegué.

Aunque fuese un poco a rastras, alguna cosa he hecho estos días, como probar las galletas de la pastelería familiar de Puigdemont, que están bastante buenas, incluso para paladares unionistas. También palpé el reciente furor de las banderas rojigualdas del área metropolitana, el campo de batalla electoral clave para el día en el que se decida resolver el conflicto de la forma más natural y civilizada, con un referéndum de autodeterminación como el escocés. Y vi a muchos amigos míos agitados, irritados o angustiados, tanto de los bandos independentista y unionista, como del a menudo olvidado de los federalistas, partidarios aún del estado plurinacional, que sería la mejor salida para Galicia, siempre que no prevaleciese la vocación murciana de algunos de nuestros representantes.

Han sido días difíciles, en los que los indepes han chocado de bruces con la realidad de que la separación tiene grandes costes y si conduce a una Arcadia feliz, será atravesando antes varios infiernos y desiertos. Y entre tanto los unionistas han tenido que salir del armario de la supuesta mayoría silenciosa, que sólo alcanzan si suman a los federalistas.

Disfruté hablando con Manolo, un camarero de Navia de Suarna, tan gallego y catalán que opina que la independencia estaría bien, si ya llevasen 200 años con ella. Pero nada me gustó tanto como lo que me dijo el médico equidistante que me atendió el martes. Cuando acabamos con la tos, me pidió que le aclarase si Puigdemont había proclamado la secesión. Le expliqué que se había quedado al borde del precipicio, suspendiendo lo que no había ni declarado, que dijo Iceta. Añadí que incluso había actuado en exceso, porque lo mejor para él era quedarse quieto. La poca voz que me quedaba ya no llegó para contarle que no me había gustado nada que la firma que hicieron los diputados de Junts pel Si y la CUP se hubiese convocado como la de los representantes de Cataluña, como si los otros no lo fuesen.

Concluí que la salida de Puigdemont era hábil, pues el Gobierno español es como un toro que, aguijoneado por la caverna mediática, pronto o tarde acabará embistiendo y arriesgándose a volver a quedar en evidencia ante la opinión pública internacional como el 1-O. "Es que los indepes saben jugar muy bien sus cartas y el Gobierno siempre mete la pata porque no entiende nada de lo que pasa aquí", sentenció con brillantez el doctor equidistante.

Hay quien pensaba que Mariano este miércoles no haría nada, porque ese es su estilo, pero calculaban mal, pues, como se veía muy bien en la entrevista de El País, ya había resuelto aplicar el 155 y no iba a tomar dos decisiones seguidas. Aun así, dándole al PSOE el placebo de la reforma constitucional imposible en la dimensión que se requiere para resolver el conflicto, intentó ir de suave, sumándose al juego del escondite que le planteó Puigdemont.

El problema reside en la parte que Rajoy se saltó cuando en su discurso inicial repasó su trayectoria en Cataluña. Habló de la frustrada negociación con Mas y de los pactos con CiU en la era Aznar. Se saltó su recogida de firmas y su recurso contra el Estatut. Y es que como dicen los indepes, con agradecimiento, "Mariano, contigo empezó todo". Y ahora, con su aparente determinación de intervenir para desmontar el independentismo desde dentro, se arriesga a otro error, que tras el de la represión del 1-O, puede ser crucial. Para empezar, en su requerimiento el Gobierno le llama Generalidad a la Generalitat.

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