Opinión

Juan Carlos Navarro

HAY ALGUNAS ocasiones en que la política exterior se desparrama por otras artes. Son momentos gloriosos, muchísimo más interesantes que las pruebas de misiles intercontinentales de Corea del Norte. Coincidimos con Kim Jong Un en que España protagonizó varios contra Estados Unidos, aunque en nuestro caso sobre una pista de baloncesto. En los últimos años nuestra bomba siempre era la misma: Juan Carlos Navarro. Hubo un amistoso en 2005 en que antes de empezar hicieron un primer plano al tipo que defendía a Navarro, un tal DeMar DeRozan que le sacaba la cabeza, le miró de arriba a abajo mientras mascaba chicle con la boca abierta y esbozó una sonrisa despectiva. Navarro les enchufó 29 puntos. Como buen madridista soy fan acérrimo de Navarro, porque gracias a su mera presencia no ficharon por el Barça infinidad de escoltas alucinantes. Aunque algún aspaviento le sobraría, le sobraba también tanto talento que jugaba él solo pero analizaba el partido en plural. Ahora que dejó la selección y su carrera languidece recordaré sus bombas mucho más allá de las bravuconadas yanquis o los delirios coreanos. Él podría hablarles de la belleza hasta con la boca cerrada.

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