Opinión

La ley del silencio

EN LA facultad de Ciencias Sociais de Pontevedra, los muchos y magníficos profesores en materia de comunicación advertían a sus alumnos, ávidos de conocimientos (o de alcohol y fiesta, los jueves por la noche), que el silencio nunca era rentable. Y siendo siempre pernicioso, lo era más en época de crisis que en etapa de bonanza. Venían a decir que aquello de barrer la basura bajo la alfombra después de una juerga no acababa de funcionar, porque, aunque no la vean, al final las madres siempre la acaban oliendo. El silencio siempre es malo. Cuando hay un problema, porque da pie a que cualquiera haga una libre interpretación del mismo sin una versión oficial a la que atenerse, sin una información que frene desde el principio sus suspicacias. Cuando no existe tal contratiempo, es también perjudicial para la salud. Aunque no suceda nada, desde el exterior habrá algunos que podrán imaginar que pasa de todo: desde un matrimonio que se resquebraja, hasta una grave enfermedad o una bancarrota. El silencio de Luisito ha cogido por sorpresa a mucha gente (me incluyo). Pocos entrenadores han tenido tanto crédito y han sido tan mimados por el club, el entorno, la afición y la prensa como el teense (se lo ha ganado, ojo). Por eso llama más la atención. Después de cuatro partidos de liga (en los que el Pontevedra no ha ganado), ha optado por quedarse callado y hablar solo después de cada partido. Y eso, lejos de tranquilizar a los fieles granates, lo único que ha conseguido es provocar más nerviosismo y hacerles creer que, verdaderamente, hay un buen motivo para estar preocupados.

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