Opinión

La canción del verano

EL VERANO, que como todo el mundo sabe es más un estado mental que otra cosa, tiene sus inconvenientes. No es solo que se termine, porque esta es una condición que comparte con casi todo en la vida. Es mejor dejarse de rodeos: lo peor del verano es la canción del verano. Ese estribillo asesino que se esconde en un rellano de Junio y que nos perseguirá hasta finales de Septiembre. Una tonada que la machaconería termina convirtiendo en la banda sonora de una pesadilla estival de la que saldrías con gusto para reproducir toda La matanza de Texas en la piel del cantante de turno, que luego secarías a tiras en la playa, al sol.

Imaginemos que estás atravesando una lacónica y desesperante adolescencia y llega el verano. No irás a ningún sitio de vacaciones porque te han quedado cuatro, se te ha roto la bici y tu chica le hace ojitos a otro. Y aún encima tienes que soportar, un día sí y otro también, ese himno a la estulticia llamado "Despacito". Alguien tendría que ponerle freno a todo eso. Si google no miente, unos versos (o lo que sean) de esa canción (o lo que fuere) dicen: "cuando tú me besas con esa destreza / veo que eres malicia con delicadeza". Uno casi prefiere aquello del "Sarandonga, un arroz con bacalao". Es imposible imaginar el estado mental de los letristas de las canciones del verano, es algo que supera todas las expectativas, que atraviesa valles y perfora montañas, que remonta océanos y se eleva sobre las nubes. "Pasito a pasito, suave suavecito / nos vamos pegando, poquito a poquito", otro trozo memorable de ese monumento literario que esconde el Despacito. Miña nai querida.

Una de las razones en las que fundamento mi escepticismo sobre la inmediatez de la llegada del apocalipsis es que la Macarena data ya de 1993. Los años van pasando y la gente no escarmienta. A la gente en verano todo se latrae al pairo, comenzando con el uso de la capacidad de pensar. Parece que le damos vacaciones a las neuronas y eso lo aprovechan los hábiles y retorcidos empresarios discográficos para colar temas musicales (o lo que fuesen) que jamás colarían en otra época del año. Nos pillan con las defensas bajas, entregados al ocio y a la cerveza. Una tarde, al borde de una piscina, un altavoz te despierta. Abres los ojos, o sea, los oídos y no das crédito. Es igual: ya es demasiado tarde.

Podemos inventar robots para el hogar, la fábrica o el uso personal; viajar a Marte, curar a bebés aún en el vientre de sus madres... pero cualquier verano nos descubre sorbiendo un combinado a la sombra mientras por megafonía una voz nos pregunta, "Mami, ¿qué será lo que quiere el negro?" Y todos tan campantes. Y otro año esa misma voz ocupa las ondas con una oda al chiringuito playero que se basa en dos frases: "el chiringuito, el chiringuito". Por no hablar de aquel verano en el que un tal Michel Telo me hizo confundir el estribillo de su bárbaro tema, Ai se eu te pego con mis deseos de atizarle.

La canción del verano es un invento tan absurdo que es normal que se manifieste con letras absurdas y ritmos pueriles. Lo que ya no es tan normal es que tengan éxito, que se extienda como una epidemia su coreografía y que ciudadanos en pleno uso de sus facultades se muestren dispuestos a bailarla mientras vociferan sus demenciadas estrofas con una sonrisa bobalicona. Consólemos pensando que, al menos, la canción del verano hará que nos resulte más fácil despedirnos de él y prepararnos para el invierno.

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