Opinión

Maletas

POCOS ELEMENTOS del ajuar doméstico son tan necesarios en verano como las maletas. Suele ser la época en la que nos planteamos emprender un viaje. La maletas son entonces rescatadas de los rincones, armarios y trasteros en una ceremonia que para el usuario carece de trancendencia pero que a ellas les hace recobrar su razón de ser, su lugar en el mundo. Y de paso librarse del polvo acumulado.

La palabra maleta es un diminutivo (como servilleta y tarjeta) de un vocablo francés: malle (mala) que nombraba a una saca para el correo (se relaciona con el inglés mail). Se dice que fueron los legionarios romanos los primeros en empacar sus pertenencias en unas primitivas maletas con las que recorrían las calzadas que atravesaban el vasto imperio. Existe una etiqueta de equipaje encontrada en Chester, Inglaterra, en la que se puede leer La Legión XX. Propiedad de Julius Candidus.

Desde la Edad Media la maleta fue durante siglos utilizada por la gente humilde. Las clases altas transportaban su equipaje en arcas y baúles de madera. Bueno, más bien lo hacían transportar.

En el siglo XIX la maleta moderna adquirió la forma que conocemos hoy en día. Debía ser recia y bien construida, pues habrían de soportar años de uso en carreteras sin pavimentar y a menudos expuestas a adversas condiciones climatológicas. La maleta habitual de la época estaba hecha con piel de vaca tratada con aceites sobre una estructura de madera robusta.

Con el auge del turismo a principios del siglo XX las personas adineradas se sumaron a la comodidad de la maleta. El invento de la cremallera y sobre el del nailon y la fibra artificial, contribuyó a su difusión, aunque su éxito definitivo llegó con el empleo del avión como medio de transporte. Los viajes pasaron a ser una opción en lugar de una necesidad y las vacaciones exóticas se convirtieron en el nuevo símbolo de estatus. Los turistas llenaban sus maletas de pegatinas de viaje, cuantas más mejor. La maleta cubierta de etiquetas se convirtió en icono de los viajes, el turismo y la industria de las vacaciones hacia la mitad del siglo pasado.

En 1970 nació la primera maleta trolley. La industria de equipajes Briggs & Riley patentó una maleta con cuatro ruedas y un trozo de cuerda para poder tirar de ella. Quizá esta fue la primera de las maletas rodantes y poco después apareció en los aeropuertos y estaciones el carrito metálico, para transportar el equipaje dentro de las instalaciones.

Conviene reseñar la paradoja por excelencia en el mundo de los viajes y las maletas: útiles para guardar ropa y enseres, sin embargo ellas mismas se acaban perdiendo. Ningún viajero que se precie carece de este incidente en su anecdotario. No se es nadie hoy en día si no le han perdido a uno las maletas en un vuelo. Hay gente en las consultas de los psicoanalistas o acodada un día tras otro en las barras de los bares, lamentándose por no haber perdido jamás una maleta. Es la experiencia suprema del turista: llegar a última hora de la noche a una ciudad, con todo el comercio cerrado, y sin una muda para el día siguiente, que suele ser festivo.

Terminemos con el inigualable reto de hacer la maleta perfecta. Algo que requiere media vida de aprendizaje y aún así pocos alcanzan. Se trata de que no sobre ni falte, durante el viaje, ni una sola prenda o artículo. Afinar hasta el último milímetro: que puedas llegar a casa y vaciar la maleta directamente en la lavadora porque has usado todo y no has echado nada de menos. ¿Lo han logrado alguna vez?

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