Opinión

La quema de las Madamitas y San Roque

ES SAN Roque uno de los grandes santos populares que ha suscitado devoción en todo el mundo; y Pontevedra no iba a ser menos. Existen levantadas muchísimas capillas en donde impera una imagen de San Roque, gracias a los favores que a lo largo de los siglos ha concedido, principalmente en épocas de enfermedad, como la peste y la lepra que el mismo sufrió.

San Roque de Montpellier era originario de una familia sumamente rica, aunque desde joven profesaba como miembro de la Orden Terciaria de los Franciscanos. Así, y tras el fallecimiento de sus padres, vende todas sus posesiones, reparte el dinero entre los pobres y se encamina hacia Roma como peregrino. En su camino estalló la peste de tifo y las gentes se morían por montones en todas partes. Roque se dedicó entonces a atender a los más abandonados.

Cuentan que a muchos logró conseguirles la curación con sólo hacerles la señal de la Santa Cruz sobre su frente. A muchos otros ayudó a bien morir, haciéndoles el mismo la sepultura, ya que nadie se atrevía a acercarse por temor al contagio. Con todos ellos practicaba la más exquisita caridad. Así llegó hasta Roma, y en esa ciudad se dedicó a atender a los más peligrosos de los apestados. Ya entonces, la gente decía al verlo: Ahí va el santo. Se contagió de lepra y se retiró a un bosque donde era alimentado por un perro que le llevaba pan todos los días. Por las atenciones del dueño, del ya famoso perro que le acompaña en sus representaciones imaginarias, se cura de la lepra y Roque decide volver definitivamente a Montpellier, pero es apresado.

Murió en prisión entre los años 1376 y 1379. Posteriormente fue canonizado por el Papa Gregorio XIII en 1584. Vida fascinante y admirable la de este santo, de la que yo no conocía ni un poco (aunque sí la parte de la historia del perro), cuando ya participaba o asistía desde niña a la procesión de San Roquiño, como le llamaba mi abuelo Evaristo, devoto como pocos del santo. Pero a mí lo que me llamaba la atención eran las “madamitas”, y ansiosa esperaba el final de la misma para ver como se quemaban.

He de confesar que siempre rondó por mi cabeza averiguar el por qué de la quema de esas más que curiosas figurillas y el por qué de hacerse en la procesión de San Roque, y aunque alguna idea tenía, este pasado miércoles al finalizar su ignición, tan pronto como llegué a casa me puse manos a la obra para poder redactar con consistencia este artículo de opinión dominical.

Gracias a diversos documentos que están a disposición en la Red, además de una serie de analogías con otras fiestas, como la de San Lázaro en Orense, y especialmente a los testimonios escritos por Milagros Bará y Leoncio Feijoó, que saben mucho de la historia de Pontevedra, me encuentro en la posición de poder contarles el origen de mi curiosidad. Las “madamitas” que tanta expectación causan, son unos muñecos que se mueven sobre estructuras de metal, y su ardimiento se produce entre pólvora, de forma acompasada, bailando hasta el estruendo final en el que se destruyen por completo. Se trata de un espectáculo único, y su origen data de la Edad Media.

Se trata de la recreación de un ritual de purificación de los apestados. Muchos son los testimonios de la existencia de apestados o “gafos” (en gallego-portugués medieval "gafos" significaba leproso), y de la conmiseración hacia ellos en la historia del ayuntamiento de Pontevedra. De ahí la existencia de lazaretos en varios lugares de nuestra ciudad, y aunque ya no existen hoy día, de alguno queda algo. Recuerdo siendo niña que había restos del erigido en honor de la Virgen del Camino.

Estaba frente al antiguo Cine Gónviz, al lado de la hoy conocida fuente “de los niños” en la Glorieta de Compostela. Pero he de confesar que paseando muchas veces por la orilla del río de los Gafos, no fui consciente de los restos de algo que sí parecía muy antiguo, y he averiguado que se trataba de la leprosería con referencias desde el siglo XIII, y que aun hoy podemos atisbar en el río del mismo nombre, llegando a la zona de “A Moureira de Abaixo”, al lado de su desembocadura en las Corbaceiras.

Ahora entiendo mejor que antes la devoción de los pontevedreses a San Roque y la ubicación de su capilla en esa zona, que además guarda a otro santo benefactor en épocas de la peste, San Sebastián. Ambos comparten lugar de culto y alguna otra curiosidad que tan bien detalla Leoncio Feijoó en su libro “El Voto a San Sebastián en Pontevedra. Cinco siglos de historia y tradición (1515- 2015)”. “Corría el año 1515 de Nuestro Señor, cuando Pontevedra siendo una próspera población portuaria recurrió al auxilio divino de San Sebastián para que la librara de un brote de peste que podría haber llegado por vía marítima hasta A Moureira.

De todas maneras, cuando se institucionaliza el Voto a San Sebastián, no fue la epidemia más grave. La fuerte se produjo en 1598 y a San Sebastián le acabaría saliendo un fuerte competidor en San Roque como intercesor divino contra las enfermedades contagiosas, a (...) Este protectorado compartido se materializaba cada 20 de enero y cada 16 de agosto, festividades de cada uno de ellos, con una procesión rogativa que consistía en llevar la imagen de San Sebastián, que se veneraba en San Bartolomé O Vello, hasta la capilla de San Roque. "Es como si hubiera un diálogo entre santos", esto señala Feijoó sobre una ceremonia que se mantuvo hasta 1960.

El Voto a San Sebastián se revitalizaría en el siglo XIX con la epidemia de cólera que sufrió la ciudad en 1854, lo que hizo que perviviese la tradición. Sin embargo, San Roque acabaría imponiéndose y despertando mucha más devoción en la población que su competidor institucional. Bien San Sebastián, bien San Roque, o el mismo San Lázaro, algo habrán tenido que hacer cuando siguen siendo venerados de forma extraordinaria en tantos y tantos lugares. Pontevedra “é Boa Vila”, pero no solo por “dar de beber a quen pasa”, la solidaridad de todos los vecinos de la ciudad tiene fuertes enclaves a través de los tiempos, y mucha falta nos van a hacer en los que corren.

Soy de esas personas a las que les gusta que las tradiciones sigan, y cada 16 de agosto, seguiré esperando con ilusión ese recuerdo del ritual medieval de la quema de las “madamitas” en honor a San Roque.

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