Opinión

Cultivar para no emigrar

PODRÍA OCURRIR en cualquier parte del mundo. Una conversación a bordo de un taxi es casi algo inevitable. "Los ecuatorianos no valoramos lo nuestro, hasta que salimos del país y lloramos por lo que dejamos atrás". Con esa frase tan contundente nos despedía el conductor del taxi 2519 de Guayaquil justo antes de dejarnos en el aeropuerto, en donde nos esperaba un avión, de nuevo rumbo a Quito. Era la reflexión de un hombre que tuvo que abandonar la sierra de los Andes para irse a trabajar a la gran ciudad y labrarse un porvenir. "Porque yo tenía claro que no iba a emigrar. De mi país no salgo, aquí me quedo". A pesar de que la crisis económica también ha golpeado con dureza a esta zona de Sudamérica, aquel amigo estaba más que convencido de que abandonar Ecuador y cruzar el charco para irse a España, Europa o Estados Unidos —como han hecho muchos de sus compatriotas— no era la solución. "Al menos, aquí podemos comer. Con un par de centavos ya tienes algo que echarte a la boca. Allí no. La gente no se preocupa por los demás, no se ayudan los unos a los otros. No existe la solidaridad comunitaria". Una de esas impermeables actitudes que, incluso, llegó a contagiar a su propia gente, a sus paisanos. Mientras mira por el retrovisor explica apenado: "cuando se van, cambian. Allá no se ayudan. Algo muda en su mentalidad." Estaba convencido de que la situación económica mejorará para los ecuatorianos; quienes todavía tienen presente el proceso de dolarización que acabó en 1999 con su moneda nacional: el Sucre. "Eso sí que fue muy duro. Hubo gente que con el cambio perdió mucho dinero, los ahorros de toda una vida". Por eso dice que viven "pendientes siempre de los movimientos que hay". Este pueblo tan confiado y amable con sus visitantes, con quienes les desean conocer, también se vuelve receloso. Especialmente con la clase política porque a pesar de que han vivido cambios con los anteriores gobiernos de Rafael Correa, "nunca nos han tenido en cuenta. No importamos". Una denuncia que hace tras recordar que el 90 por ciento de la riqueza de Ecuador está en manos de un 10 por ciento de sus habitantes. Un esquema que desgraciadamente se repite en otros muchos países del mundo. Aunque, a día de hoy, la resistencia se llama comercio justo: una de las realidades que está ayudando a la economía de la mayoría familias humildes de la sierra y de la costa. Cada vez son más los campesinos preparados, tecnificados y, principalmente, capacitados sobre sus derechos. Albergan el empeño de que no les vuelvan a pisotear ni a ellos, ni a sus familias. Por eso, saben que para no emigrar tienen que cultivar. Y, para ello, lo deben hacer en sus propias tierras con una mirada de esperanza hacia el futuro.

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