Opinión

Certificado de defunción

LA POBREZA medioambiental también existe. Es una de esas grandes olvidadas a nivel global. La perversa avaricia económica ha acabado degenerando en una amnesia que comienza a ser tan aguda como preocupante. Tanto que un país de la relevancia como Estados Unidos ya adopta actitudes adolescentes ante una de las mayores problemáticas de actual siglo XXI. La decisión del actual presidente Donald Trump de romper con el Acuerdo de París contra el Cambio Climático, en el que decidieron integrarse más de 200 países, deja un peligroso precedente y la puerta abierta a que otros gobiernos tomen el mismo camino de omitir sus obligaciones con uno de los compromisos irrenunciables. Este duro golpe al primer acuerdo mundial para intentar frenar el deterioro acelerado al que hemos sometido a los recursos naturales encierra, de nuevo, a la esperanza en una habitación repleta de tinieblas. Ante este panorama, la ilusión por entregar un mundo a las futuras generaciones más sano que enfermo se desvanece tras unos meses aferrados a una minúscula expectativa. En el año 2015 se logró parir un pacto que ha tenido pocos meses de vida. Se dice que «la alegría dura muy poco en la casa del pobre». Y eso somos nosotros: pobres a muchos niveles. Entre ellos, en lo relacionado con el respeto y la preservación del medio ambiente. Con permiso de la inteligencia, somos la única especie que ha conseguido demostrarse así misma que, por el momento, no tiene arreglo. Insistimos en continuar con una interminable cadena de fallos: la concienciación falla. La sensibilidad falla. El compromiso falla. Las medidas correctoras fallan. La política falla. La humanidad falla. Una y otra vez, esto se repite. Mientras, continuamos instalados en la cultura de no dejar las cosas tal y como las hemos encontrado. En renunciar a todo, por hacer del entorno un estilo de vida lucrativo, burgués y materialista. Así llevamos décadas; violentando la adaptación del medio a nuestras necesidades, en lugar de integrarnos con la máxima naturalidad. Lo hemos hecho mal y los seguimos haciendo muy mal. Y, llegados ya a este punto, solo quedaba una salida: asumir que el principal reto global pasaba por aprovechar el poco tiempo disponible para revertir una situación que solo parece llevar a un infarto ecológico al planeta. Pero, parece que no lo hemos entendido bien porque la soberbia, todavía, nos induce a desperdiciar las escasas oportunidades a nuestro alcance. Sin duda, la sombra del retroceso y la involución han reaparecido. Y lo han hecho con la amenaza de quedarse por una larga temporada. Solo queda esperar que este periodo perdido no acabe convertido en un certificado de defunción definitivo. ¡Crucemos los dedos!

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