Opinión

Los malos humos

ALGUNAS PELÍCULAS de cine crearon la imagen de los directores de periódico como tipos iracundos que pierden la compostura con facilidad. Como sucede con la mayor parte de nuestro universo particular, esa percepción la está cambiando la tele. Los damnificados son los cocineros. Durante años arrastraron fama de cachondos mentales a la vista de que Arguiñano se pasaba el día contando chistes malos con cierta gracia y que cuando se juntaba con Arzak era un despelote simpático. Sin embargo, el nitrógeno líquido parece haberles fundido la parte del cerebro dedicada a la empatía. El primero en mostrarse como el Shrek de las vinagretas fue Chicote, que fue descendiendo la calidad de su programa al mismo ritmo que aumentaba su número de tacos y borderías. Ahora le está cogiendo el relevo Dabiz Muñoz, el novio de la chica de moda, que tiene con la ortografía los mismos problemas que con el vocabulario y dice ‘puto’ o ‘puta’ («puta gamba», «puto risoto»...) a la misma velocidad a la que centrifuga las lechugas. Pues que se tienten la ropa, porque llegará el día en que la gente prefiera que no la insulten, aunque tengan que limitarse a trinchar un pollo. Aunque sea «un puto pollo».

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