Opinión

Cumbre territorial

OIGO DECIR en la radio a la vicepresidenta, Sáenz de Santamaría, que, a diferencia de lo que ocurría antes en la Conferencia de Presidentes (órgano de cooperación del Gobierno central con las Comunidades Autónomas), ahora "se abren procesos", mientras que antes estas cumbres empezaban y terminaban con la foto de familia frente al Senado. 

Está por ver, pues hay un problema de insuficiencia financiera para llevar a cabo el repertorio de las buenas intenciones pactadas en la reunión. El propio Mariano Rajoy lo puso sobre la mesa. El Estado recauda 20.000 millones de euros menos que al principio de la crisis. Sin embargo, todas las Comunidades esperan mejorar su respectiva financiación y disponer de más dinero público para prestar servicios al ciudadano. 

El voluntarismo de la vicepresidenta, y de otros actores de la cumbre del martes, ha de pasar ahora la prueba del contraste con la realidad y remitirse a los resultados de las comisiones y grupos de trabajo decididos para ir materializando los pactos en materia de educación, empleo público, protección civil, financiación autonómica, tarjeta social, etc. 

Aún así, me apunto al voluntarismo de la vicepresidenta. Ojalá tenga razón en lo de que esta vez la conferencia de presidentes no se quedará en la foto de familia ni en declaraciones genéricas y descomprometidas. 

Parece mentira que en un Estado tan descentralizado como el nuestro, esa conferencia se reúna de guindas a brevas (cinco años han pasado desde la última vez). 

También hay que valorar los intangibles. Me refiero a las dos ideas que han sobrevolado la reunión del martes. Una, general: las Comunidades Autónomas son tan Estado como el Gobierno de la Nación. Por supuesto. Es bueno insistir, aunque recordarlo sea una obviedad. Pero tiene un efecto colateral adverso, pues a quienes precisamente quieren desmarcarse se les da la ocasión de remarcar su pretensión de bilateralidad con su calculada ausencia. Les viene de perlas que se insista en que el Estado también son las Comunidades Autónomas para escenificar con su ausencia que ellos no forman parte del mismo. 

La segunda de las ideas apuntadas sí me parece excelente y carece de efectos indeseados: el Gobierno de la Nación trabaja para los ciudadanos, hagan lo que hagan y digan lo que digan sus respectivos gobernantes autonómicos. Nacionalistas en ambos casos, el de Cataluña y el del País Vasco. 

La cuestión es relevante en el caso de Cataluña, una Comunidad al borde de la ruina. El Govern se enreda en temas identitarios mientras sus ciudadanos pagan las consecuencias de la quiebra financiera. El reto independentista le lleva a descuidar el día a día de su gente. En ese sentido es potente la idea de que los catalanes no van a quedarse al margen de los avances pactados en materia de prestación de servicios públicos, aunque su presidente haga novillos cuando se tratan estas cosas.

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