Opinión

¡Pero si ya hasta piensan en quinielas de ministrables!

SI TENDRÁ seguro Mariano Rajoy que va a salir investido a finales de este mes -agotando un calendario de infarto, que comenzará con el comité federal del PSOE y las consultas del Rey a los partidos- que ya en los círculos monclovitas están, aseguran los viajeros al complejo presidencial, pensando en quiénes van a ser ministros en el próximo y lógicamente remodelado Ejecutivo. Y lo curioso es que no escucho voces de auténtica renovación, nombres sorprendentes por la amplitud de la apertura hacia otros horizontes: estamos ante parecidas ambiciones monocolores. O sea, lo de siempre. Y me da por pensar si habremos pasado casi un año en blanco, con la imaginación en funciones, para no haber aprendido nada, que espero que no sea así, aunque me lo temo.

Bueno, una de las cabezas más molestas para desatascar la situación, es decir, la de Pedro Sánchez, ya cayó, y no sé si con ella algún plan que yo nunca confirmé para llevar el Gobierno de España por derroteros quizá no muy españoles. Dicen que el Sistema, sea eso lo que sea, es sabio y conoce cómo preservarse, aunque no tan sabio como para precisar con certeza cómo regenerarse; corta cabezas, pero no genera cerebros. Lo digo porque, ahora que hablo del Gobierno que casi con toda certeza tendremos desde comienzos de noviembre (si un puñado de locos no lo impide), creo que ha llegado la hora de la regeneración sin más excusas ni demoras. Y creo que la presencia de independientes de prestigio -aunque no sean muy afectos al PP, o quizá precisamente por eso- y de miembros de Ciudadanos en el próximo Consejo de Ministros, ya que los del PSOE no quisieron entrar en una gran coalición, sería altamente conveniente.

Añado que no me parece excesivamente correcto que, a estas alturas, la formación de Albert Rivera se ande con remilgos para entrar en un gabinete presidido por Rajoy, en cuya cabeza -también la de él algunos la quieren cortar, políticamente, claro- encarnan toda la corrupción gürteliana que se juzga estos días. No se cuánta responsabilidad personal ha de atribuirse a Rajoy en estos manejos corruptos, más allá de la ‘negligencia in vigilando’; probablemente, menos de la que dicen sus adversarios y más de la que quisieran los de su círculo íntimo. Pero creo que lo más urgente ahora es, olvidando tirarse hemerotecas, togas y viejas culpas a la cabeza, formar un equipo -presidido, no hay otro remedio a corto plazo, por Rajoy el flemático- que reforme esas leyes que nos condenan a la parálisis, que no definen bien las funciones del jefe del Estado, ni los plazos de una investidura. Ni, por otra parte, tampoco las competencias (Título VIII) que han de recaer en ese Estado de las autonomías que, simplemente, ha dejado de funcionar como una maquinaria bien engrasada.

Porque el principal conflicto de entre los muchos conflictos que aquejan a este país nuestro es el territorial. Las ‘otras autonomías’... y Cataluña. Sobre todo, Cataluña. Es que nadie entendió el mensaje que Carles Puigdemont dejó en el aire del hotel en el que se reunió el lunes a desayunar en Madrid con cientos de personas en el foro Europa Press? Yo estaba allí, y me pareció entender con toda nitidez que el president de la Generalitat sabe que no podrá llevar adelante su consulta independentista así, sin más, y que estaba pidiendo que alguien haga algo, ‘desde Madrit’ precisamente, por ayudarle a sacar la pata. Que llegase a la Villa y Corte para, tras el desayuno, limitarse a almorzar con Pablo Iglesias, muestra, simplemente, la soledad en la que se encuentra en los círculos oficiales e institucionales capitalinos. Le envié una pregunta al respecto, que respondió con generalidades.

Supongo que muchas de estas cosas y angustias estarán sobrevolando por los pasillos del Palacio de Oriente cuando, este miércoles, y con las ausencias que ya sabemos -y tienen perfecto derecho a ausentarse quienes así decidan hacerlo, conste, como tienen perfecto derecho a considerar de otra manera el significado del 12 de octubre-, se celebre la recepción real, que esta vez va a ser, más que nunca, un inmenso cenáculo y mentidero. El año pasado, sic transit gloria mundi, la figura más buscada entre las multitudes de la recepción era la de Pedro Sánchez; este año será la del presidente de la gestora del PSOE, Javier Fernández, un hombre de buena voluntad que trata de inducir a la racionalidad a un partido sumido en la confusión por la mala gestión y el sectarismo del dimitido secretario general.

Y supongo que el virrey de los corrillos será un Mariano Rajoy que ahí sigue, imperturbable, como si la cosa no fuera con él. Ya digo, seguramente pensando si Soraya Sáenz de Santamaría debe seguir de vicepresidenta -creo que tendré ocasión de preguntárselo a ella este miércoles por la noche, en una televisión, aunque bien sé que ni ella misma conoce su destino: este Rajoy es como es-; y también pensando en que si Guindos sigue, en por quién sustituir a Jorge Fernández... Ya sabe usted, las profundas cábalas de un presidente en funciones que está ansioso por volver a retomarlas plenamente.

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