Opinión

Que acabe el verano

NUNCA CREÍ que podría desear que acabase el verano (siempre fui veranófilo, enemigo del anorak y su clima), pero después de la larga sequía climática y social, ya estoy deseando que llegue el otoño, que siempre dio mucho juego a poetas tristes y vendedores de castañas. Tiene que venir el otoño y las lluvias (la lluvia fue un recurso muy utilizado por los poetas y cantantes del siglo pasado para simbolizar un cambio y un lavado de mentalidades -ver Dylan, la Credence y Pablo Guerrero-). Hace falta que llueva para llenar los embalses, regar los montes quemados y las hierbas resecas, pero, sobre todo, para cambiar y espabilar al personal, que está cómodo viendo pasar los pokemons por delante de la terraza del bar sin moverse siquiera para darles una patada. Y quien dice pokemons, dice políticos en campaña. El verano en general, y este en particular, nos deja el cuerpo bronceado de lujo y flojo de intenciones; ¿quién se mete a hacer política en serio con cuarenta grados a la sombra de una cerveza fría? Quedamos todos instalados en la confusión, con las rayban atornilladas a las orejas y haciendo planes para cualquier fiesta en la que nos echen agua, vino o cualquier cosa por encima, y para comer unos pimientos y zorza que de noche se nos van a poner en fila en el estómago. El nivel de preocupación social cae a niveles de vergüenza; los políticos ponen cara de interés y hacen que se reúnen con intenciones de resolver los problemas del país; por arriba van vestidos de políticos, pero por debajo se les ven las chanclas y el pantalón corto. El paradigma fotográfico lo pone el presidente, una vez más haciendo el medio fondo de Armenteira con estilo pelotón-de-los-torpes (ver apartado mili y sus recuerdos) y permitiéndose gastar unas coñas diciendo que no sabe si para las olimpiadas de Tokio habrá Gobierno. Si eso lo dice un humorista monologuista será una gracia, si lo dice el presidente del Gobierno de España en funciones produce escalofríos. Por el momento, España está clasificada como quinta en la prueba de países con más tiempo gobernados por una tropa de políticos en funciones, y la competición sigue. Podemos optar a medalla de oro, porque el equipo es sólido y puede estar cobrando estas horas extra (que digo horas, meses) por no hacer nada durante todo lo que queramos. Entre ellos, el equipo titular, y los que están en el banquillo, se echan la culpa de que la cosa se prolongue; Rivera y Rajoy intentan (o, por lo menos, lo dicen) llegar a un acuerdo en una serie de puntos melífluos y etéreos que se firman sobre el papel pero sin garantía alguna de que sirva para nada más que para ir del brazo a la investidura. Rivera y su partido se ha revelado con el Joker del naipe, sirve para cualquier póker, incluso para un full. Y todos los partidos andan, unos más, otros menos, resolviendo sus propios asuntos internos, porque todos olvidaron aquella norma básica para la existencia del ser humano, que advertían las madres siempre que uno (una) salía de casa: hay que llevar limpia siempre la ropa interior, porque le puede dar a una (uno) un dolor en la calle y conviene no pasar vergüenza.

Por esas cosas tiene que acabar el verano y venir las lluvias lavadoras. Total ya se acabó la Olimpiada de Río, con los resultados conocidos: los españoles ganaron unas medallas y las españolas ganaron otras; unos y otros lo hicieron por su cuenta, con todo su esfuerzo personal y escasa ayuda gubernamental. Se demostró que los sectores sociales más desfavorecidos fueron los que consiguieron mejores resultados: las mujeres, sobre todo, que ganaron medallas de verdad, de lujo; los extranjeros nacionalizados (más allá de las estúpidas polémicas sobre el cubano de atletismo) y los marginales que tienen que trabajar en lo suyo y entrenar en las horas libres, como los de remo y similares. El resto de las medallas fue a parar a los emigrantes de élite, Nadal y el baloncesto. Y como se acabó la olimpiada y no volveremos a oír hablar de los deportistas medalleros más de en contadas ocasiones (no se retransmitirán sus entrenamientos como el de los futbolistas) y ya empezó la liga, podremos volver a pensar en tener gobierno y, si fuera posible sentido comunismo (el concepto se lo pido prestado a Aute) Se avecinan, si no hay un gato encerrado, las terceras elecciones que el presidente del Gobierno, en su línea cómico-deportista anuncia para Navidad. De ser así propongo que Rajoy haga campaña vestido de Papá Noel (¡ho,ho,ho!) y los otros tres, de Gaspar, Melchor y Baltasar (el negro, a sorteo).

La cosa sería graciosa si no fuera un cuento triste, como decía Castelao. Tenemos una campaña electoral en Galicia para cuando lleguen las lluvias y probablemente tendremos unas terceras elecciones. Y no es para reírse; depende de todos nosotros que tengamos gente decente, honrada, preparada y de confianza que intente (ya no digo que haga, simplemente que intente) organizar este país con un mínimo de sentido, y procure devolver alguna alegría a la sociedad, quemada por el largo verano de corrupciones, gastos inútiles, un capitalismo depredador y una sociedad cada vez más inculta y aturdida, incapaz de rebelarse contra las calamidades producidas por la incompetencia y la dejadez social. Generalmente, cuando acaba el verano y llegan las lluvias es cuando se esperan los cambios: antes comenzaban los cursos universitarios con sus reivindicaciones y manifestaciones y los obreros preparaban siempre “un otoño caliente”. Eso sucedía cuando las cosas eran de otra manera, los políticos y los ciudadanos, también. Hoy ya no sé, pero lo que veo no me hace esperar grandes cosas. Vendrá el otoño, vendrán las lluvias y puede que algo se mueva. En Europa también se va a mover y nos van a mover; Alemania y Francia comienzan ya a ver que pasa y no presagia nada bueno. Incluso Merkel quiere reimponer el servicio militar y basta que empiece uno para que el resto lo ponga de moda. Que vuelvan las lluvias.

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