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El órdago de los politólogos

PABLO IGLESIAS TURRIÓN es el único de los actuales candidato a la presidencia del Gobierno que escribió un libro sobre el sistema electoral. Y se nota mucho, tanto que las generales de este domingo están marcadas por una jugada de ingeniería electoral, un órdago con el que los politólogos de la Complutense tratan de asaltar el poder.

La repetición de los comicios ha proporcionado a los fundadores de Podemos la oportunidad para actuar como artificieros, al absorber a IU y acabar de desactivar la bomba que las Cortes franquistas y el Gobierno de Suárez dejaron de herencia y que después perpetuó el PSOE de González y Guerra, con la satisfecha connivencia del PP. Son unas reglas del juego que blindaban a las grandes fuerzas tradicionales y solían asegurar una mayoría cómoda al partido más votado, castigando sobre todo al espacio situado a la izquierda del PSOE, el del PCE e IU, que desde 1977 obtuvo en total 154 escaños menos de lo que le correspondería proporcionalmente, una penalización que es mayor que los 137 diputados que sacó en realidad.

"¡Que no nos representan!: El debate sobre el sistema electoral español". Éste era el elocuente título del libro que publicaron en el 2011, al calor del 15-M, Iglesias y Monedero, una obra de combate, de 128 páginas, dedicadas a explicar desde un punto de vista divulgativo y de izquierdas la mal conocida legislación, sin hacer grandes aportaciones académicas.

Iglesias y Monedero afirman que "D’Hondt tiene alguna responsabilidad pero en absoluto toda la culpa". Tras denunciar el origen franquista del sistema, ponen el foco en la provincia como circunscripción, pues ahí está la principal fuente de las distorsiones. Hay muchísimas circunscripciones, 52 en un Congreso de sólo 350 asientos, la mayoría son pequeñas, de cinco escaños o menos, y tienen más diputados de los que les tocaría por su población, lo que favorece al voto conservador.

Con la compostelana Carolina Bescansa como gurú demoscópica, los politólogos de Podemos diagnosticaron que las del 26-J serán unas elecciones de continuidad, sin grandes movimientos tras el terremoto del 20-D. En un escenario que sigue marcado por la inacabable agonía de Rajoy, Podemos hizo el único movimiento en el tablero, al formar una coalición con IU, que fue la gran castigada en el 2015, ya que con el 3,7% de los votos sólo sacó el 0,6% de los escaños, 2 de 350, ambos por Madrid, de manera que desperdició los más de 700.000 sufragios que obtuvo en las otras provincias. Podemos y sus confluencias, en cambio, no sufrieron apenas penalizaciones, debido a que alcanzaron un tamaño respetable, al superar el 20% de los votos.

Si logran meter dentro del reparto de escaños los votos tirados de IU, estos politólogos darían un gran golpe. El resultado del 20-D ya no hubiera sido de PP 123 diputados, PSOE 90, Podemos y aliados 71 y Ciudadanos 40, sino de PP 116, PSOE 88, Podemos y aliados 85 y C’s 36. El sistema habría seguido beneficiando al PSOE frente a los de Iglesias, por su implantación en las privilegiadas provincias castellanas que le hubiera permitido seguir siendo la segunda fuerza en diputados aunque ya no lo fuese en votos, pero la izquierda no perdería esos sufragios que daban más escaños a la derecha.

Así que si, pese al Brexit y el escándalo de Fernández Díaz, no hay grandes cambios y a la espera de los efectos de una posible mayor abstención, la clave estaría en si la suma de Podemos e IU suma, es decir en si logran todos los votos que tendrían por separado, sin excitar una reacción conservadora. En Galicia estas cuentas no importan, porque IU ya estaba dentro de En Marea, que, aun así, puede beneficiarse de la coalición por la expectativa del sorpasso en España, lo que compensaría el desgaste por su carácter de sucursal y sus problemas internos, que, sin embargo, han aumentado, al alterarse el precario equilibrio entre Podemos y Beiras.

Los misterios electorales y los espejismos de Vigo

Lo que ahora es En Marea tuvo en las europeas de 2014 su mejor resultado de la Galicia urbana en Vigo, con el 25,9% que sumaron por separado Age y Podemos. Así que no fue tan raro que En Marea triunfase en Vigo el 20-D con un 33,9%. Lo excepcional fue el arrase de Caballero de las municipales, gracias a su habilidad localista y a que PP, BNG Podemos y EU trabajaron para él.

La arriesgada ofensiva de Feijóo frente a Ciudadanos

LA NOCHE ELECTORAL DEL 26-J funcionará en Galicia como el primer gran acto, de elevada audiencia televisiva, de la precampaña de las autonómicas del otoño que todavía no tienen fecha, porque quien tiene que fijarla, el presidente de la Xunta, empezará a hacerlo este domingo, en función de lo que depare el resultado, tanto en el marcador global español como en el parcial gallego.

El 20 de diciembre el ingobernable escenario que salió de las urnas sumió a Feijóo en un cierto desconcierto, porque la incertidumbre sobre lo que iba a pasar en España le complicaba su previsión de dedicar los primeros meses del 2016 a escenificar la resolución de la incógnita de si se iba a presentar por tercera vez a las autonómicas, una vez que había descarrilado su plan de dar el salto a Madrid. Esa opción, la de que el presidente de la Xunta asumiese el liderazgo de la derecha en España, volvió a aparecer después en los medios, pero, como él bien sabía, era irreal porque en el diccionario de Rajoy, discípulo aventajado de Albor, no figura el verbo rendirse.

Ahora es posible que el Brexit le facilite algo a Feijóo la gestión del calendario, si como parece, aunque resulte muy arriesgado aventurar algo, los efectos en España de la salida del Reino Unido de la UE son más postelectorales que electorales, es decir si provoca que, en plena emergencia institucional en Bruselas y en una nueva fase de turbulencias en los mercados financieros, no se pueda alargar mucho más la interinidad española y haya que poner en marcha ya la solución de gobernalidad que surja de las urnas, sea cual sea. Así, Feijóo podría saber antes de convocar las autonómicas quién va a gobernar España, lo que no es sencillo pues, por ejemplo, si quisiese fijar las autonómicas para la fecha clásica, la del 16 de octubre, tiene que firmar el decreto de disolución del Parlamento el 22 de agosto.

En la derecha gallega predomina desde hace tiempo el sentimiento de que si el PP pierde el Gobierno de España, las posibilidades de retener el poder en Galicia serán escasas. Sin embargo, los efectos no resultan tan lineales, pues de hecho los tres grandes triunfos populares en Galicia, los de Fraga de 1981 y 1989 y el de Feijóo del 2009, se produjeron cuando estaban en la oposición en España. Es verdad que en esta ocasión tendrían poco tiempo para reorganizarse, pero soltarían el lastre de Rajoy.

Y ahora existe lo que no había en el 2005, cuando se eligió el único Parlamento de la historia autonómica en el que no hubo una mayoría de centro-derecha. El PP tiene un socio potencial, Ciudadanos, aunque sea un partido especialmente errático y vacío en Galicia, donde los de Rivera no han logrado crear una sucursal digna de tal nombre. Pero la posibilidad de sumar con C’s debería constituir la principal esperanza para el PP en un contexto en el que las mayorías absolutas desaparecieron del mapa de la España autonómica.

Feijóo no lo ve así. Ha lanzado una ofensiva en toda regla contra C’s, cuyos votos considera que proceden en su totalidad del PP, obviando los que llegaron del PSOE y que parte del electorado popular se abstuvo. Y si C’s se debilita más, sin escaños gallegos en el Congreso, el PP puede quedarse compuesto y sin pareja potencial ante las autonómicas del otoño.

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