Opinión

Sabino Torres, por Rodrigo Cota

(Artículo publicado en Diario de Pontevedra este 18 de mayo, antes del fallecimiento de Sabino Torres)

YO A SABINO TORRES llegué tarde, como llego a todo lo que vale la pena en esta vida. No conocí al Torres editor, ni al escritor, al periodista o al poeta o al académico, pero los conocí luego a todos ellos juntos y lo que sé de él es porque él me lo cuenta, que es mucho mejor que haberlo vivido. Hace un par de años, en una reunión promovida por Gerardo Lorenzo, nos contó Sabino Torres la historia de amor más hermosa que yo haya conocido jamás.

Hace muchísimo tiempo, en un baile de disfraces, conoció a una chica que llevaba un disfraz de jorobada y una máscara que la hacía irreconocible. La chica hablaba con una voz dulcísima que enamoró a Sabino mientras bailaban. Ella era inteligente, amable, cariñosa, encantadora. Y él también, como lo sigue siendo. Surgió el flechazo. La charla continuó en un lugar más apartado y finalmente buscaron discreción y vivieron una noche apasionada. Todo lo apasionada que podía ser una noche en un baile de disfraces de la Pontevedra de hace seis o siete décadas, imagino. Llegada la hora de la despedida, acordaron volver a verse y para ello fijaron fecha, hora y lugar.

Sabino esperó durante horas, pero la amada no apareció. Todavía hoy Torres se echa la culpa. Él, durante aquella noche de charlas y caricias, se había dado cuenta al instante de que la joroba no era parte del disfraz de la chica, pero le había dado tan poca importancia que no había hecho ningún comentario al respecto. Allí, plantado en el parque, se dijo que tenía que habérselo hecho comprender a ella. Que la dulce chica, avergonzada de su aspecto, había olvidado la cita y a Sabino.

Torres no sabía casi nada acerca de ella, ni nadie le supo decir quién era aquella chica con la que había pasado la noche, ni de dónde o con quién había llegado al baile. Las únicas referencias con las que contaba eran la altura y un cálculo de la edad que podría tener. Desde entonces y hasta hoy, cada vez que se encuentra a una mujer con la espalda encorvada, se pregunta si es ella. "Pudo ser el amor de mi vida", dice, y cada día lamenta no haberla encontrado, con la misma intensidad con que mantiene la esperanza de volver a verla.

Torres es más que nada eso, un romántico. A nadie que no lo fuera se le ocurría lanzar en 1949 una colección de poesía en gallego. Si hoy es una ruina publicar poesía en gallego, imagínense en aquellos tiempos. Lo hizo con Emilio Álvarez Negreira y Manuel Cuña Novás, con textos de autores como Celso Emilio Ferreiro de Manuel María o Cunqueiro. El propio Torres figuraba como editor y ejercía de mecenas, pues las obras se imprimían en la imprenta de su familia.

Tras unos años, muchos, dedicado a fundar y dirigir periódicos, a escribir y a editar, Sabino tuvo que irse a Madrid a ganarse la vida haciendo trabajos de verdad, pues esas otras actividades no daban de comer a casi nadie, entonces como hoy. Pero viene a menudo a Pontevedra, donde siempre busca tertulianos para entretenerse con la herramienta que mejor ha manejado siempre: la palabra. En Pontevedra nos molesta que la gente se vaya a Madrid, pero a veces lo que no perdonamos es que vuelvan. A Sabino, como a sus sobrinos, los hermanos Lorenzo, se le echa a veces en cara que se vaya y que vuelva. Es un error. En Madrid o en Londres, Sabino es más pontevedrés que nadie. Tanto, que nunca pudo olvidar aquel baile, ni consiguió dejar de imaginar a la chica de ensueño que conoció aquella noche cargada amor y de poesía.

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