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Gestor

LEVANTAR mi mano ante una Ley contraria a la libertad y dignidad de las mujeres, cambió mi vida. Desde la noche anterior sabía en conciencia lo que tenía que hacer y al despertar ese mañana tuve la certeza de que mi decisión estaba tomada. Antes del Pleno, para no desfallecer ante la ansiedad, desayuné una manzanilla con una valeriana que poco efecto causó .

Después de este acto simbólico, nada volvió a ser igual. Ese momento constituyó un hito vital que marcó un antes y un después para mi. Dejé atrás el miedo y el victimismo que anulaba y aplacaba una natural vocación de servicio cimentada en mis valores y principios. Mi paso por la política cobró sentido tras la oleada de solidaridad que se produjo en la ciudad respaldando mi decisión. Fuimos muchos quienes compartíamos esa visión muy a pesar de lo que piensen y digan sus detractores.

El final todos lo conocen al igual que yo. La reforma meses después se rechazó y el propio ministro presentó su dimisión. Caray, cómo cuesta dejar de seguir como borregos la dictadura de la militancia pese a saber con certeza que no tienen la razón. Al final, la democracia termina siendo la voluntad de unos dirigentes de turno seducidos y embriagados por las ansias de perpetuarse en el poder a costa de todo y de Todos. Cuando esta llamada debe de ser la garantía de los derechos de Todos, mayorías y minorías.

Este artículo quiero dedicárselo a todos aquellos que solidariamente me apoyaron y de quienes nunca olvidaré su gesto: amigos personales, amigos de toda la vida y amigos y conocidos de facebook, personas que conozco pero no recuerdo sus nombres, desconocidos, mujeres que respeto y admiro, personas de mi partido y del resto de partidos, periodistas, músicos, pintores, escultores, chefs, escritores, abogados, camareros, arquitectos, pilotos, funcionarios, amas de casa, madres de amigos y sus familiares, deportistas, concejales, directivos de la Xunta, compañeros de Consellos Escolares, ex compañeros de Mapfre, madres y padres del colegio de mis hijos, profesores, médicos, enfermeros, vecinos y un sinfín de personas que hicieron que mi pequeño y simbólico gesto resultase toda una "hazaña".

Hazaña por la que en algún medio de comunicación me describieron como Valiente - "Valiente es un bombero y no yo"- fue lo primero que llegó a mi mente. Hoy reconozco mi valentía, de la que me siento más que orgullosa. Gracias a ella mi mano temblorosa se puso en alto esa mañana de invierno. Nunca volví a ser la misma persona. Dejé atrás el miedo a ser yo misma. Y cómo me alegro por ello.

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