Opinión

Una reflexión

ESCRIBO ESTO horrorizada aún por un nuevo crimen contra una mujer y una niña que eleva a cotas inéditas el número de víctimas por violencia de género en este verano sangriento. Los partidos políticos, cómo no, se arrojan en la cara las cifras y los muertos en un alarde de impudicia, como si los cadáveres pudieran pintarse de rojo o azul según convenga. Se plantean nuevas formas de lucha. Unos piden tiempo, otros millones (¿diez? ¿cien?) pero en esta triste guerra de números falta voluntad de reflexión y de análisis. La violencia contra las mujeres se ha convertido en un inmenso cajón de sastre donde se mezclan asesinatos cuyo único nexo común es que son execrables. No veo una relación directa entre el crimen de Tello, donde un exmarido celoso mató presuntamente a su expareja y al novio de esta, y el de Moraña, en el que un hombre tras separarse amistosamente de su mujer y rehacer su vida con otra persona acabó con las dos niñas de la pareja. Y este crimen tampoco es igual que el que terminó con Marina y Laura bajo un saco de cal viva, y tampoco tienen nada que ver estos horrores con el drama del hombre que disparó a su mujer y a su hija minusválida y luego se quitó la vida en lo que parece ser un suicidio pactado. Creo que urge estratificar, separar los casos, y señalar cuidadosamente cuáles podrían haberse evitado con medios materiales y cuáles no. Porque el criminal, por desgracia, no siempre avisa. Porque la víctima, desdichadamente, no siempre pide ayuda. Porque a veces no hay señales. Porque algunas de estas historias se veían venir, y en otras hay sitio para la incredulidad y la sorpresa. Escribimos «el machismo mata», y es verdad, pero en sociedades como la escandinava, donde no existe la discriminación de género, hay tantos casos de violencia contra las mujeres como en España. Ha llegado el momento de detenerse y estudiar detenidamente lo que está ocurriendo antes de perder el tiempo acusando a otros de no querer pararlo.

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