Opinión

David Cal

Se marchó. A veces en el deporte de élite y con sus protagonistas más importantes ocurren estas cosas. El físico del hombre está en forma y es fuerte pero el ánimo y la ambición, muchas veces decaen. David podía buscar la sexta, la séptima y así hasta la décima medalla. Pero no es el Real Madrid por el que pasan y pasaran deportistas y Copas de Europa a porrillo. David no es un club de futbol al que año tras año sus millones de seguidores le exigen títulos y más títulos. No. David es un atleta. Así de sencillo pero, también, así de difícil. Es un hombre solo, cuyo único seguidor de verdad es él mismo. Un hombre robusto y valeroso que ejercita su cuerpo para obtener el premio en unas pruebas físicas. Así, de esta manera, conocían a los atletas en la antigua Grecia y allí los llenaban de honores y privilegios. Si eran atletas de Esparta podían combatir al lado del rey. Eran alimentados durante su vida a expensas de la patria; estaban exentos de todos los cargos y funciones civiles. Se escribían sus nombres en los archivos públicos y se distinguían las olimpíadas con el nombre de los vencedores. Los grandes poetas componían versos en su honor y se les erigían estatuas y se colocaban inscripciones en edificios públicos para recuerdo y ejemplo de las generaciones venideras.

Este español universal que se apellida, Cal Figueroa, y es el deportista patrio más laureado de todos los tiempos, dijo el otro día que se acabó. Que son muchos años y muchos miles de horas de entrenamiento y su cabeza le ha mandado parar sabiamente. Él sabe cómo está mejor que nadie. Se conoce perfectamente y ya no tiene ganas de exigirse más medallas a sí mismo.

David Cal, ha practicado uno de los deportes más duros y más sacrificados que existen en la actualidad. Ha peleado siempre contra los mejores del mundo y en una dificilísima especialidad. Compitió y ganó, y eso es lo sorprendente, contra atletas de países con mucha más tradición en el piragüismo que la nuestra y que apoyan a sus deportistas con todos los recursos posibles y, por supuesto, muchísimo más que aquí. David Cal llegó al Olimpo por su espíritu indomable y su afán de superación. El sacrificio de todos los días y de todas las mañanas a primera con la piragua al hombro de peregrinación a las aguas del río; las machaconas y aburridas horas de entrenamiento un día con ganas y otro sin ellas, llueva, truene, haga frío o calor; las molestas y cuando no dolorosas lesiones y su consiguiente y no menos dolorosa recuperación; el control severísimo en las comidas y un modo de existencia a la manera de la vieja Esparta de Leónidas, han sido su vida.

David Cal se ha marchado para su casa a comenzar de nuevo con otras metas y otros sueños. Ojala tenga suerte. Se lo merece. Y ahí queda su extraordinario ejemplo: Cinco medallas olímpicas, cinco, le contemplan. Espero que nuestros políticos, cuando dejen las fotos, los homenajes y el canapé de guitarra en honor de nuestro atleta, sepan sacar provecho del ejemplo y la experiencia de este español universal y marcarlo a fuego en el colodrillo de nuestros parvulitos.

Con la mayor admiración, Campeón.

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