Ojos negros

Un agreste sendero a través de soberbias montañas andinas, intensamente verdes, espera a los que decidan recorrer a pie la ruta que discurre entre Los Yungas y Coroico (al norte de La Paz). Emprendí este camino junto a un amigo francés que atraviesa Sudamérica guiado por su brújula de sensaciones y deseos. Partimos hacia la montaña con esa energía única que nace del arrebato: dos tipos de dudosa resistencia física caminando por encima de los 4.000 metros, sin tienda de campaña y pidiendo clemencia al frío y la lluvia. En dos días llegamos con los pies extenuados a Sandillani, cerca de nuestro destino. En esta cima preguntamos a un hombre que vivía con su pequeña hija si disponía de lugar para alojarnos en su hogar de barro (el baño era un foso entre los árboles y la ducha una manguera de agua helada). Nos llevó a un cuarto y nos dijo que pagásemos lo que pudiéramos. Además, cuando me disponía a echar el saco de dormir al piso, nos cedió las dos camas que tenía. Al amanecer descubrí que, sólo por agradar a sus huéspedes, el hombre había dormido con la niña en el suelo del cuarto contiguo. Y en el desayuno, la tierna Mariela nos entregó un abrazo eterno: la más hermosa de las sonrisas, la que brota tímida y sutil desde la curiosidad de esos dulces ojos negros y estalla en una carcajada silenciosa.

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