LA VIGILANCIA del propio sistema que marca casi cuatro décadas de prosperidad y libertades, la implantación real de las nuevas formaciones emergentes, al menos en los medios y las encuestas; el impacto real de los escándalos de corrupción, que han marcado la vida local de los últimos años en Galicia; el desprestigio de los políticos y sus formaciones tradicionales mayoritarias, y el test para el PP, que llegó con mayoría absoluta al Gobierno en el centro del tornado de la crisis, son algunos de los asuntos que deberían aclarar las elecciones locales del próximo domingo y las regionales que se celebran en la mayoría de las comunidades. Las muncipales en España han sido test histórico en más de una ocasión. El desarrollo de la campaña ha estado dominado por la propaganda sin contenido y la demagogia. Ninguno de los temas reales de la política local o regional, en el caso de las comunidades con elecciones autonómicas, está presente. Nadie se ha ocupado de una Galicia que queda despoblada de forma acelerada, en la que se registra además una fragmentación administrativa local insostenible y con inminentes problemas económicos para mantener la prestación de múltiples servicios. La fusión de municipios es algo innombrable por la primacía del interés a cortísimo plazo de los partidos. Nadie ha tocado la continuidad de las diputaciones -o sí, para incomprensiblemente justificarlas sin que se haya producido respuesta-, que deberían ser sustituidas por mancomunidades o por servicios compartidos. Nadie ha entrado en la gestión y las competencias del urbanismo, que alimentó la corrupción. Nadie cuestiona o cuando menos plantea mayor grado de transparencia en la adjudicación y gestión de los servicios privatizados, como el cobro y sanción por aparcar en la vía pública. No hay que ir a buscar a ninguna parte mayor indicador del grado de privatización de lo público. No se ha abierto un debate sobre la delimitaciónel campo de competencias locales. Un test abierto y los temas nucleares, pendientes.
