Nunca es tarde cuando la causa es buena

La jubilación no tiene por qué ser sinónimo de inactividad. Los mayores de 65 años constituyen un colectivo que reúne las mejores condiciones para desempeñar labores de voluntariado. En Pontevedra, muchos de ellos lo demuestran cada día
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Decía Napoleón Bonaparte que «cada edad nos da un papel diferente» y la de la jubilación suele aportar más experiencia, prudencia y tiempo libre, tres factores especialmente positivos cuando de lo que se trata es de ayudar a otras personas. Es por ello que, aunque las siglas ONG se suelen asociar a jóvenes inconformistas que quieren cambiar el mundo, cada vez son más los mayores de 65 años que desempeñan un papel fundamental en labores de voluntariado y cooperación de carácter humanitario.

El deseo de seguir contribuyendo a la sociedad de forma activa, de ayudar a los menos favorecidos, marcarse objetivos o, simplemente, aportar su esfuerzo para hacer del planeta un lugar mejor motivan a decenas de jubilados a involucrarse con colectivos sin ánimo de lucro.

En Pontevedra hay censados actualmente 15.871 vecinos de más de 65 años, según el padrón del Concello, y el Rexistro Municipal de Asociacións suma 17 entidades con fines sociales, de las cuales cinco figuran como Organizaciones No Gubernamentales. Estos son los dos ingredientes necesarios para conseguir un alto índice de mayores voluntarios.

Los que hay en la ciudad coinciden en asegurar que es tanto lo que reciben como lo que dan.

En Cruz Roja colaboran varios de ellos y, tal y como explica la portavoz del departamento de comunicación de la entidad, María Durán, «la ayuda que prestan es magnífica, porque estamos hablando de personas que tienen ya una trayectoria vital amplia, mucha experiencia y también la sabiduría que dan los años. Por ello saben escuchar, saben tratar con la gente y, algo muy importante, tienen tiempo para dedicarle. Muchas veces, los jóvenes que cooperan deben estar pendientes del trabajo o les sale un empleo en otra ciudad o con otro horario y no pueden seguir con el voluntariado. En cambio, los mayores suelen contar con la ventaja de que disponen de más tiempo y eso, para este tipo de labores, es fundamental».

También lo saben bien en el comedor social de San Francisco, donde la mayor parte de los voluntarios que acuden a preparar y servir la comida para las personas necesitadas son mayores de 60 años, tal y como explica su responsable.

Cáritas, Calor y Café, el Club de Leones… En la ciudad del Lérez hay numerosas entidades que atestiguan que ayudar no entiende de edades.

La profe pacita. Un ejemplo es el de Paz Álvarez. Hace ya trece años que se jubiló, pero muchos pontevedreses de distintas generaciones todavía se acuerdan de ella como la profe Pacita. No es para menos, pues ejerció como maestra durante 44 años, de los cuales pasó más de dos décadas en el colegio Álvarez Limeses.

Sus antiguos alumnos, muchos de ellos ya casados y con hijos, aún la saludan afectuosamente cuando se la encuentran por la calle y recuerdan aquellos años entre libros de matemáticas, lengua, sociales y ciencias, mochila a la espalda y bocadillo para el recreo. Para Paz Álvarez también fue una etapa magnífica. Tanto, que todavía es hoy el día que conserva la lista del primer grupo al que dio clase y aún se la sabe de memoria.

La enseñanza forma parte de su vida desde que tenía veinte años y, aunque ahora tiene 77 y ya está jubilada, sigue ejerciéndola de forma altruista. Eso sí, sus alumnos ya no son niños de tercero, cuarto y quinto de E.G.B. o Primaria, sino adultos hechos y derechos que también necesitan de una persona que les enseñe algo tan fundamental como la lengua del país que los ha acogido.

Paz da clases de español para inmigrantes en la Cruz Roja. Comenzó a desarrollar esta labor como voluntaria en abril del año 2007 y su intención es seguir haciéndolo mientras sea necesaria.

«¿Cómo empecé? Pues un día me encontré a una señora que conozco llamada Mari Fe que también era profesora y daba clases aquí. Me propuso hacer lo mismo, porque hacía mucha falta contar con más gente, así que, como yo estaba jubilada, me animé, vine y desde entonces no he parado. Además de voluntaria, también colaboro como socia», relata.

En Cruz Roja imparten cursos de lengua castellana para extranjeros tres días a la semana (los lunes, miércoles y jueves) en dos horarios distintos. El grupo de las mañanas cuenta con 23 alumnos y el de las tardes, con 21.

Los participantes son de distintas nacionalidades, aunque en la actualidad las más numerosas son las mujeres de origen marroquí. Para facilitar la asistencia de madres con hijos pequeños, la institución cuenta con una guardería atendida también por voluntarios, que se hace cargo de los niños mientras las mujeres están en clase.

Paz es profesora del grupo de los jueves y utiliza su amplia experiencia como docente para enseñar a los inmigrantes a desenvolverse con el español.

«Enseñar es algo que he hecho toda la vida», dice. «Me encantaba hacerlo con los niños y ahora, con mis actuales alumnos, también resulta gratificante. Esto no se puede dejar. Hace mucha falta».

Buena experiencia. Este mes cumplirá ocho años como profesora voluntaria en Cruz Roja y a lo largo de este tiempo ha ido acumulando experiencias «preciosas», tal y como cuenta.

«Al principio venía también algún menor y me acuerdo especialmente de uno que había llegado a España escondido en el bajo de un camión. Tenía nueve hermanos y este era inteligentísimo. No llevaba ni una semana viniendo a clase y ya parecía otro. Era brillante. También tengo un recuerdo muy bonito de una chica ucraniana que aprendió un montón. Con los años se casó, tuvo un hijo y para bautilizarlo lo llevó a San Bartolomé, que es una parroquia con la que yo colaboro mucho. Ellos eran ortodoxos, así que habló con el párroco y vino de Vigo un pope, que es el cura de esa religión, e hicieron una ceremonia realmente bonita. Aún es hoy el día que la sigo viendo y me sigue saludando», dice. «El voluntariado es algo que yo recomiendo, porque es muy positivo».

Y no es que Paz se aburra. Al contrario, su vida es realmente activa, puesto que además de su labor en Cruz Roja, practica gimnasia dos días a la semana, colabora en San Bartolomé, canta en un coro de mayores, asiste a las lecturas bíblicas, va a conciertos, se reúne con amigas y tiene tres hijos y cinco nietos.

Aun así, es capaz de sacar tiempo para ayudar a los demás haciendo una de las cosas que mejor sabe: enseñar.

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