Siempre he tenido mis dudas sobre el funcionamiento y, sobre todo, sobre la independencia de la Corte Penal Internacional; sin embargo me parece, como mínimo valiente, la última decisión que ha tomado de acusar formalmente al presidente de Sudan, Omar el Bashir, por crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra contra, sobre todo, la población negra de la región de Darfur, y es que el poder omnipotente del acusado es devastador y lleva años potenciando una “limpieza étnica” asoladora, pues, aunque las cifras reales de muertos nunca las sabremos, se calculan en varios cientos de miles y, los refugiados en varios millones.
Claro que a ello hay que sumarles los mutilados, los encarcelados, y los que han conseguido entrar en el Chad. Este omnipotente presidente, con trono de oro, y ejército a su plena disposición no siente la más mínima preocupación por la decisión de la corte internacional, él es el dueño absoluto de su País, en el que ninguna fuerza puede detenerle, porque el derecho internacional no lo permite (con la excepción de Bush, que se lo pasó por el forro en Irak), y al menos que la presión internacional ayude un poco no servirá de mucho que le consideren un genocida.
Ya sabemos que China, Irán, Egipto y la Liga Árabe (todos ellos un ejemplo de democracia consolidada) apoyarán al presidente acusado, así que le queda un duro trabajo a la acusación para liberar al pueblo de Darfur de la crueldad en la que viven, de la miseria que padecen y de la indiferencia.
A los G-8, desde luego, Darfur les parece un pueblo invisible, sobre todo porque no tienen ninguna riqueza ni materia prima que puedan explotar o que necesiten, y mientras, Omar el Bashir, seguirá levantando su “vara” de mando al cielo y clamando a Alá para que le ayude a gobernar a su pueblo como sabe hacerlo, es decir, eliminando a aquellos que considera enemigos, aunque no sepan ni el por qué de esa enemistad.
Espero que las misiones humanitarias queden al margen de esta decisión y que no pasen a ser enemigos.
