Knut Hamsun, meemos juntos

"Joder, Knut, no podía soportar que admiraras a los nazis, que fueras racista, que dijeras barbaridades, menos mal que después de la Guerra Mundial te declararon loco y por eso no condenaron a muerte, pero contigo me pasaba lo mismo que con Celine..."

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NO TE LO VAS a creer, Knut, pero un día viajé en un coche al Cabo Norte, al final de Noruega, y cuando regresaba sentí ganas de mear, me bajé del coche, vi una pequeña casa de madera con el techo de musgo, y coño, leí que en esa casa habías nacido tú, en la comuna de Lom, en el centro de Noruega. Me puse a saltar, me dije, esto es increíble, y sentí que tú estabas a mi lado meando, que tu espíritu me acompañaba, que estabas allí con tus libros, con el salvaje soñador de Pan, con el espíritu errante de Trilogía del vagabundo, con el viajero apasionado de Misterios, sentí que meabas a mi lado con el prodigio de tu literatura.

Y hablamos los dos, claro que hablamos, mientras meábamos, te hablé de cuando leí Pan y Tierra nueva en la casa de mi familia en Lugo, de cuando me enseñaste de verdad lo que era la literatura, de como rompías con todo lo académico, lo acartonado, las preceptivas, las normativas muertas, de como en tus libros saltaba la vida, sorprendían, asustaban, con sus interrumpidas, con sus expresiones chocantes, con las exclamaciones e interrogaciones, de como hacías estallar la vida delante de mí, a mis quince años. Hablamos de Hambre, cuando vagabas por Oslo que entonces se llamaba Cristianía, y el hambre te producía alucinaciones, y conocías a un montón de personas y una dama te enseñaba las tetas en una escalera.

Hablamos de Pan, de ese amor loco y misterioso entre un solitario y una joven, como estaba hecho de contradicciones, de misterios, como le hablaban a Glahn las diosas del bosque, como tenía arrebatos inesperados, como de repente le tira el zapato a la chica al mar, me quedé espantado cuando leí ese pasaje, como al final provoca una explosión con dinamita para impresionarla a ella. Hablamos de Tierra nueva, aquel grupo de escritores en la ciudad, sus sofisticaciones, sus conversaciones vacías, y un escritor a solas crea una obra extraña y radical, y los asombra a todos. Hablamos de como me maravillaste en la casa de Lugo a mis quince años.

Te conté como leí mucho más tarde otros libros, Redactor Linge, donde hablas de las falsedades de unos periodistas y de sus aventuras, Victoria, donde hablas de un amor que no se define y estalla con pasión y vuelve a ocultarse y se convierte en nostalgia para siempre —una vez una lectora te dijo fugazmente en una ciudad «gracias por Victoria»—, Misterios, donde un tipo misterioso llega a un pueblo y los fascina a todos como mucho más tarde el protagonista de Teorema de Pasolini. Te conté que al leer Soñadores, los personajes crepitantes de vida me llenaron de sueño y de pasión, que al leer Trilogía del vagabundo, sobre ese tipo que da vueltas por Noruega llevando a todas partes la creatividad de la tierra me sentí como él lleno de misterio y sin ataduras, que al leer Vagabundos, con ese tipo que no puede atarse a nada e inventa un montón de cosas y siempre se va me sentí yo también libre, que al leer En el país de los cuentos, donde viajas a Georgia desde San Petersburgo, me sentí preparado para mi propio viaje a Georgia y Armenia, con tus exclamaciones incontrolables en los trenes, aunque no te gustaban mucho los armenios.

Los dos meábamos juntos, en aquel lugar de Noruega, a pesar de que todavía no te había encontrado en tantos sitios, no había estado en Helsinki en el Hotel Kamp en medio del bulevar verde donde tú también estuviste, no había visitado el Hotel London en Tiflis con sus pintadas en los rellanos que evocaba la vibración de tu presencia, no había estado en Dubrovnik, donde supe que tú también habías estado, y vi una foto donde se te veía con todo tu desenfado en el puerto.

Hablamos de cuando conducías autobuses en Chicago, de cuando atravesabas Rusia en los trenes, de cuando ibas por Noruega como tu personaje haciendo cualquier oficio, de cuando trabajabas de periodista, de cuando te morías de hambre por las calles de Oslo, de cuando el hambre te producía alucinaciones, de cuando errabas indómito mucho antes de Jack Kerouac, de cuando en tu juventud eras anarquista, de cuando sorprendías a todos y te contradecías a ti mismo, de cuando te matriculaste en la universidad y luego lo dejaste, de cuando amaste con pasión a aquella pianista que guardó tu recuerdo toda la vida, de que como apoyaste a los nazis pero le echaste cojones y le protestaste al propio Hitler por sus métodos brutales, de como desde tus orígenes más individualistas y ácratas te volviste tan conservador, igual que Hermann Hesse pasó de El lobo estepario a El juego de los abalorios —tal vez es cierto que muchos chochean a partir de una edad, pero a Henry Miller no le ocurrió eso—.

Joder, Knut, no podía soportar que admiraras a los nazis, que fueras racista, que dijeras barbaridades, menos mal que después de la Guerra Mundial te declararon loco y por eso no te condenaron a muerte, pero contigo me pasaba lo mismo que con Celine, eso fue infame en tu vida, casi me marché para dejarte mear solo, pero no pude evitar cuanto me fascinaba tu vida errabunda y suelta, sobre todo cuando eras joven e indocumentado, la soltura y la errabundez de tus libros, la fiesta de tus novelas, literatura cien por cien que nos regalaste, no pude evitar recordar como me hiciste vivir, como nunca me harán vivir toneladas de pastillas ni artilugios ni explicaciones científicas, te miré mientras meaba y sentí que eras la vida en su esencia, que eras el misterio de la vida, y ahora muchos te descubren , pero yo meé contigo en Noruega lleno de entusiasmo, porque desde los quince años me entusiasmaste.

Aquella casa estaba en el corazón de Noruega, en lo más escondido de ella, en medio de las montañas más altas, cerca del fiordo Sogne —por donde después navegué en un ferry solitario—, en medio de las historias desenfrenadas de vikingos y de amantes, en el camino a Bergen , donde después las casonas de madera bailaban en el agua, y allí en tu terreno meamos los dos juntos, y nos lo contamos todo, y estuvimos rabiosamente vivos otra vez. Pero en cualquier momento, en cualquier lugar donde los arbustos se llenen de vibración no mecanizada, como aquellas algas de Tarkovsky, yo te pido que vengas otra vez a mear conmigo, a escuchar juntos los latidos, a mear como amigos apasionados y no como máquinas.

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