Fallece Clemente Matos, el eterno peluquero

La noticia de su muerte conmocionó a media ciudad. No en vano, durante sus 50 años de profesión en el coqueto local de las galerías de la Oliva, afeitó y cortó el pelo a varias generaciones. Clemente Matos Buceta se fue este martes para siempre, a los 81 años, dejando un legado infinito de recuerdos que ya forman parte de la historia pontevedresa
Clemente Matos, en su peluquería de la calle Oliva
photo_camera Clemente Matos, en su peluquería de la calle Oliva

Clemente Matos Buceta siempre gozó del aprecio y el cariño de todos los que le rodeaban, fuesen familiares, amigos, conocidos o simplemente uno de los miles de clientes que pasaron por su tijera y su cuchilla en el medio siglo que ejerció de peluquero en las galerías de la Oliva.

El emblemático barbero falleció este martes, a los 81 años, dejando una profunda consternación entre los numerosos pontevedreses a los que la noticia había cogido absolutamente por sorpresa. Y es que la singularidad de Clemente no se refería solo a su habilidad en el rasurado capilar. Su negocio destacó, también, por ser un templo del arte (sus paredes lucían cuadros de prestigiosos artistas y figuras de Sargadelos) y un pequeño museo de artículos de peluquería.

INICIOS. Clemente Matos nació en Valga pero siendo muy joven emigró a San Sebastián. De tierras vascas regresó a Pontevedra -de donde ya no se movería- convertido en todo un profesional. Bernardo Sartier escribía de él en el Diario, el pasado mes de mayo, que "en la de Eugenio cortaba el pelo un mozuelo recién llegado de San Sebastián que innovó la esté- tica capilar con el corte a navaja, con la tonsura gabacha y dandi. Cada cabeza diferente (...) Clemente, se llamaba el artesano ¿o el artista? Luego, Clemente se independizó de Eugenio, como los catalanes pero en tiempo y forma, y se estableció en la safena capitalina que es Galerías Oliva...".

Añadía que "el inventor de la clementina no fue el Clemente seleccionador de fútbol que arengaba a los suyos llamándoles pichafrías para que se dejasen los huevos en los partidos. La clementina la inventó Clemente el peluquero. Y no era un cítrico ni una catilinaria, sino un estilo. La mesura en el párrafo durante el corte: “qué tal tu padre” o “cómo va la carrera”. Y luego silencio".

Sartier apuntaba que "la clementina de Clemente consistía en hablar lo justo, porque el peluquero debe saber dónde interrumpir su conversación: ese instante en que masajea la cabeza del cliente y deja que el chorro templado se la aclare mientras el placer invita a morir en cámara lenta. Ahí se impone el silencio, que Clemente administraba con cátedra consciente de que alterar la paz de ese momento sería como el rebuzno de un asno durante un aria de María Callas".

Unos años antes, y también en estas páginas, Manuel Jabois glosó la figura del entrañable barbero, incidiendo en su pasión por el arte: "Clemente ya desde niño admiraba mucho a los compañeros del colegio que sabían dibujar. A él, sin embargo, no se le daba bien. Tiroume sempre moito a pintura. Desde cativo. A min non se me daba nada ben pero disfrutaba moitísimo vendo como debuxaban os nenos que tiñan xeito facendo casas, caras, igrexas… esas cousas que se debuxaban na clase. Xa daquela eu vía algo máxico naquilo de coller un lápiz e plasmar algo nun papel, e admiraba a quen era capaz de facelo".

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