Alejandro de la Sota, homenajeado en el Día das Belas Artes Galegas 2018

Profesor, amante del piano, padre. Alejandro de la Sota fue todo ello pero, sobre todo, es conocido como uno de los arquitectos españoles más influyentes del siglo XX
Alejandro de la Sota
photo_camera Alejandro de la Sota

Premio Nacional de Arquitectura en cuatro ocasiones, Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes, Medalla de Oro de Arquitectura y finalista del Premio Príncipe de Asturias de las Bellas Artes. El arquitecto pontevedrés Alejandro de la Sota, premiado en numerosas ocasiones a lo largo de su trayectoria, será homenajeado ahora por la Real Academia Galega de Belas Artes (RAGBA), que le dedicará el Día das Artes Galegas el próximo 1 de abril.

Los miembros de la Academia lo decidieron en una sesión ordinaria celebrada durante la mañana de ayer en la sede de la institución, en A Coruña. Así, la RAGBA destaca que De la Sota "sen dúbida pode e debe ser considerado unha das personalidades galegas máis influíntes do século XX e, probablemente, o máis notable de entre os arquitectos españois da segunda metade dese século. A súa obra esténdese por toda España e, loxicamente, en Galicia, onde os seus edificios son dos máis estudados e publicados da nosa arquitectura moderna".

TRAYECTORIA.
Alejandro de la Sota (Pontevedra 1913- Madrid 1996) fue uno de los arquitectos más importantes de la arquitectura española del siglo XX y referente para varias generaciones. Comenzó estudiando Matemáticas en Madrid para luego ingresar en la Escuela de Arquitectura. Se tituló en 1941 y comenzó a trabajar en el Instituto Nacional de Colonización. Además, ejerció como profesor en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid.

De su autoría son edificaciones como el pueblo de Esquivel (Sevilla), la casa Arvesú (Madrid), la sede del Gobierno Civil de Tarragona, la central lechera Clesa (Madrid) o el colegio Maravillas (Madrid).

En Pontevedra, su firma está detrás de edificios como la Misión Biológica de Galicia, el Pavillón Municipal de Deportes, el edificio de viviendas de la calle Arquitecto de la Sota y la Casa Domínguez, en A Caeira.


REPORTAJEPublicado el 20 de octubre de 2013 en el suplemento ReviSta de Diario de Pontevedra en el que se recoge una semblanza del arquitecto contada por su hijo, César Portela y uno de sus mejores discípulos

Retrato de un autor; por María Varela


La cita, a las cuatro en el Café Moderno. "Llevaré un libro de Alejandro de la Sota".

Probablemente no exista lugar más adecuado para charlar sobre el centenario del nacimiento del pontevedrés considerado como el maestro de la arquitectura del siglo XX que la casa en la que nació el 20 de octubre de 1913.

La piedra de las paredes hoy rehabilitadas, la galería interior, el patio trasero... albergan el álbum de recuerdos del arquitecto pontevedrés y su familia.

"Mi padre nació en esta casa. Mi abuelo, Daniel de la Sota, también murió en esta casa. Hemos jugado en el patio muchos veranos", relata uno de los siete hijos de Alejandro de la Sota, Juan, uno de los gemelos, que reside en Pontevedra desde hace dos décadas.

El fotógrafo Juan de la Sota alza la vista al techo. Ha escogido una mesa desde la que se observa toda la estancia, el arco y la escalera al fondo. Revuelve el café y los recuerdos.

"Debió de ser muy gratificante para mi padre vivir el ambiente cultural de la época", dice. "Tenía once años cuando Castelao le dedicó un dibujo que hoy sigue colgado en la pared de la casa de Madrid". En 1924 Alejandro de la Sota ya destacaba por sus dibujos. Entonces tuvo la oportunidad de compartir momentos con otros grandes de la época. "En esta misma casa recibieron a García Lorca, cuando vino con una revista cultural que mi padre fundó con unos amigos. Todo eso marca", señala Juan de la Sota.


"Solo conocí a un arquitecto que antes de hacer arquitectura la desmontaba: mi padre"


"Precisamente yo empecé a fotografiar porque mi padre era muy buen fotógrafo. Un día le cogí la cámara y desde entonces dejó de hacer fotos y me las encargaba a mí", recuerda entre risas. Hoy muchos de los retratos del arquitecto y su obra penden de las paredes de la Fundación Alejandro de la Sota en Madrid.

Juan habla con admiración de su padre. Todos los hermanos lo hacen. Aunque, asegura, cada uno tiene una percepción distinta de él. "Era un hombre muy divertido y de una libertad absoluta. Esto es un pensamiento más personal, seguramente mis hermanos no lo comparten, o a mi madre le parecerá excesivo, pero era un hombre que exigía la misma libertad que se exigía a sí mismo".

Un pintor fantástico. Un dibujante excepcional. Excelente pianista. "Sobre cualquier cosa que hablases con él siempre tenía una visión que no era un lugar común, era algo que él había pensado con una libertad absoluta. En la arquitectura le pasaba lo mismo", dice Juan de la Sota, que este fin de semana participó en las jornadas organizadas por Trespés Arquitectos para conmemorar el centenario del nacimiento de su padre.

DEL ESTUDIO A CASA. La arquitectura estaba presente en el día a día de toda la familia. Alejandro de la Sota comentaba con los suyos las vicisitudes de cada una de las obras que acometía. Acudía con sus hijos a visitarlas o se llevaba trabajo del estudio a casa. "Todos nos sabemos las obras de mi padre, las construidas, las no construidas... Incluso tuvo un aparejador que estuvo cuarenta años con él que era parte de la familia". En el relata de uno de los hijos del arquitecto destaca el ambiente que la persona y la profesión de Alejandro de la Sota creaban en torno a la familia. "Supongo que cada hermano tiene una visión distinta del padre. Pero él hacía nos participar a todos de esa esfera de una manera intensa", explica el fotógrafo.

Cuentan quienes convivieron con él que De la Sota seguía una manera de trabajar "un tanto anárquica pero a la vez con mucho orden". Durante los años que ejerció como profesor siguió a rajatabla los horarios, pero cuando dejó la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid solía dedicar las mañanas a tocar el piano.

"Tocaba horas enteras cuando nos íbamos al colegio. Imagínate, en una casa pequeña con siete hijos era el momento". Ya bien entrada la tarde, acudía a su estudio y regresaba de noche. Muchas veces acompañado de sus colaboradores y amigos arquitectos que continuaban la tarea en casa.

"Su manera de trabajar era pensar mucho sobre un proyecto. Cuando nos despedíamos de él para ir al colegio estaba siempre despierto en la cama, estaba pensando, resolviendo temas arquitectónicos o no. Era como un jugador de ajedrez". Y es que para Alejandro de la Sota la arquitectura era tan entretenida como una partida de las que se resuelven sin ver el tablero, mentalmente. "Para mí eso es lo que hace a mi padre diferente de otros arquitectos. Solo conocí a un arquitecto que antes de hacer arquitectura la desmontaba: mi padre".


César Portela lamenta que no todos los proyectos sobreviven al paso del tiempo con el mismo espíritu con que fueron concebidos


Alejandro de la Sota era un arquitecto que huía de cualquier estilo y hacía del tiempo su principal herramienta de trabajo, para pensar, sin prisa, para descubrir así la verdadera realidad de las cosas. "Ponía sus propios pensamientos en cuarentena. A la hora de plantearse algo trataba de no atarse a sus ideas previas", señala su hijo Juan.

Este fin de semana se inauguró en el Museo ICO de Madrid, la exposición 'Miguel Fisac y Alejandro de la Sota: miradas en paralelo', un extenso recorrido por la vida y obras de los dos maestros que cumplirían 100 años este 2013. A Pontevedra, sin embargo, lamentan desde la Fundación Alejandro de la Sota, no ha llegado ninguna muestra conmemorativa de esta fecha ni está prevista en Galicia.

"El reconocimiento nunca le importó hasta que cumplió 80 años y estuvo enfermo. En la última etapa de tu vida necesitas saber que no lo has hecho tan mal. Yo creo que a mi padre le apetecía seguir siendo un francotirador en lo que hacía, estar fuera de los movimientos, de las corrientes. Que los lunes, miércoles y viernes le hubiera gustado ser más reconocido, haber tenido más trabajo... pero los martes, jueves y sábado prefería quedarse tocando el piano en casa", concluye Juan de la Sota. Un arquitecto de planteamientos revolucionarios y profundamente ético. Y un hombre entrañable de gran sensibilidad y sentido del humor. Así lo define el también arquitecto Manuel Gallego Jorreto (O Carballiño, 1936), que destaca el importante papel de Alejandro de la Sota en la historia de la arquitectura.

Alejandro de la Sota, cuenta Gallego Jorreto con admiración, era un hombre delicado, de educación extrema y cordial en el trato que concebía la arquitectura como un servicio del hombre para la sociedad. "Cuando trabajaba sobre un tema le daba todas las vueltas posibles hasta comprenderlo desde todos los ángulos y hacerlo con su propia mirada", recuerda el que fuera su discípulo, que participa este fin de semana en las jornadas conmemorativas del centenario del nacimiento de De la Sota con una ponencia sobre la obra que no se llegó a construir del maestro de la arquitectura del siglo XX.

Las "espinas clavadas", esos proyectos que no llegan a convertirse en una realidad. "Lo más importante es el reconocimiento como primera figura entre la gente que merece el calificativo de maestro. Ha sido reconocido por los grandes críticos de la arquitectura moderna", advierte Gallego Jorreto, que apunta cómo ha influido el momento histórico que le tocó vivir al pontevedrés en sus proyectos.

"Después de la guerra se rompió con la tradición cultural europea. España quedó aislada de las corrientes europeas y hubo generaciones de arquitectos a quienes la guerra los encontró estaban estudiando".

Esas generaciones de arquitectos tuvieron que replantearse todo de nuevo. "Tuvieron que hacer una revisión crítica de lo que se estaba haciendo y lo que se podía hacer. Ellos tienen ya un mérito reconocido", sostiene el autor del Museo de Bellas Artes de A Coruña y Medalla de Oro de la Arquitectura.

Uno de los aspectos más laureados de la obra de Alejandro de la Sota es su preocupación manifiesta por el espacio y el ambiente en el que vive el hombre. "Se aleja mucho de todo lo que posteriormente vino como lo que se conocía como arquitectura espectáculo, que es más imagen y más apariencia, como un gran artefacto que llama la atención", apostilla Gallego.

Así, para el autor de obras como el Gimnasio Maravillas de Madrid o el Gobierno Civil de Tarragona, en las que se mostró con un adelantado a su tiempo, la arquitectura era algo que se usaba para mejorar la vida de las personas. "Es una arquitectura que va muy a contracorriente de lo que se planteó en los años posteriores que le tocó vivir y tuvo muchos conflictos antes de ser reconocido porque era muy subversivo para el planteamiento que había en la época, como más acomodaticio".

Quienes le conocieron destacan que Alejandro de la Sota era un hombre de ideas conservadoras, pero en su profesión era revolucionario y replanteó muchos aspectos que abrieron nuevos caminos hacia todo lo que le rodeaba.

CÉSAR PORTELA. Coincide en su admiración hacia De la Sota otro grande de la arquitectura de nuestro tiempo, el también pontevedrés César Portela, para quien un muy buen arquitecto es el que hace aquella arquitectura que conjuga la funcionalidad con la belleza, lo que, sin duda, caracteriza la obra de Alejandro de la Sota.

"Su arquitectura no estaba esclavizada por las modas sino por la racionalidad", dice el también Premio Nacional de Arquitectura.

"La suya es una arquitectura atemporal, que era muy buena cuando se hizo, muy buena hoy en día y seguirá siendo muy buena dentro de 50 o 100 años".

Para el autor del Cementerio de Fisterra entre otros proyectos, la mejor obra de Alejandro de la Sota se ubica fuera de Pontevedra y de Galicia: el colegio Maravillas de Madrid, el poblado de Esquivel en Sevilla y la sede del Gobierno Civil de Tarragona.

"Hacer una obra que además de ser funcional es bella solo está reservado para los arquitectos de verdad como Alejandro de la Sota", sentencia Portela.

Sin embargo, lamenta que no todos los proyectos sobreviven al paso del tiempo con el mismo espíritu con que fueron concebidos.

Así, Portela sostiene que de las cuatro obras que Alejandro de la Sota levantó en Pontevedra la única que se mantiene con el esplendor inicial es la Casa de Domínguez. "La Misión Biológica sufrió varias transformaciones, el edificio de Las Palmeras se le cambió toda la carpintería de la fachada y eso afectó a su imagen y el Pabellón de Deportes... no digamos. Le cambiaron toda la cubierta", critica el arquitecto pontevedrés para quien la ciudad debería mostrar consideración "no tanto con el arquitecto como con la propia obra".