Juan Eduardo Cirlot, mi biblia nocturna

"Me publicarán este artículo con más ganas si Cirlot cumple cien años, y muchos me lo leerán con más curiosidad porque Cirlot cumple cien años"
Pla del Palau de Barcelona
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NO SÉ QUÉ me da escribir sobre Cirlot porque cumple cien años, le he dado mil vueltas durante toda mi vida, he leído la Obra completa que preparó Clara Janés como si fuese una especie de Biblia nocturna, lo he llevado a Estambul, lo leí en noches profundas en buhardillas de París, repetí algunos versos suyos en las situaciones más insospechadas. Y sin embargo me publicarán este artículo con más ganas si Cirlot cumple cien años, y muchos me lo leerán con más curiosidad porque Cirlot cumple cien años. Y es que estar muerto es un privilegio, ya lo decía Emily Dickinson, y cumplir cien años en la tierra más todavía, y si encima eres alguien inagotable y lleno de resonancias poliédricas como Cirlot mucho mejor aún. Tal vez algún día alguien hable de mí porque cumplo cien años y comenté con pasión a Juan Eduardo Cirlot.

Tenemos la sabiduría infinita del ‘Diccionario de símbolos’, que vale más que la recopilación de materiales de La rama dorada, de Frazer, y vale tanto como todos los libros de Eliade, y sugiere tanto como los Recuerdos, sueños, pensamientos, de Jung, y mucho más que la iconología de Panofsky, que solo simplifica las creaciones artísticas. Y todo lo que podemos aprender de sus obras sobre el arte, de sus indagaciones místicas sobre el arte abstracto, que están en la línea de Lo espiritual en el arte, de Kandinsky, para el cual el arte abstracto es música e inflamación.

Pero sobre todo tenemos Donde las lilas crecen. Ahí el genio aragonés desconocido inventa una Inglaterra fantástica y nocturna, de mito y de música, de distancia y de océano. Nadie puede olvidar esos versos: "Te conozco,/ eres aquella niña/ que jugaba con vidrios y violetas,/ mientras el horizonte enloquecido/ se ponía muy pálido". En el poema Nocturno dice: "La noche está desnuda dulcemente". La noche es lo esencial, y el adjetivo dulcemente sugiere ausencia de alharacas, de gesticulaciones. Nos metemos en la música de Chopin. Y luego dice: "Mi barca de cristal sobre los bosques/ se eleva hacia tu casa". La noche es la liberación, e ir hacia la amada es como volar a la casa de su amada, que es su alma. Entramos con fluidez de Chopin en el interior de su amada.

Cirlot usa unos ritmos sencillos y populares, un léxico sin pretensiones como Bécquer o Heine —y a veces hace variaciones reveladoras sobre poemas de Bécquer: "volverá la ternura entre las ramas"—, y lo llena de resonancias simbólicas, de electricidades incalculables. Las sugerencias nos entran sin pretensiones, como sin danos cuenta, como si nos hablara al oído. Y se quedan mucho tiempo, como los arquetipos que laten en las formas populares. Por eso es extraño que no sea más popular, que se haya quedado solo para gustadores de tabernas oscuras, para una secta rara de extraños lectores que no compramos nuestro alimento en los mostradores de novedades de El Corte Inglés.

El silencio es el final de la verborrea, hacer callar los conceptos charlatanes, dejar la palabrería para ponerse a escuchar, y que todo nos hable sin estorbos Un silencio morado me rodea. Y la distancia sugiere aquilatamiento, lo distante se hace leyenda, se hace esencial: "Distancias enlutadas atravieso". Lo enlutado alude a lo misterioso y callado, y el amor es una liberación, una superación.

Las estrellas son los secretos que en la noche se manifiestan, todo lo que durante el día no puede verse: "Pero allá lejos brilla/ la luz de tu ventana/ que estrellas interiores iluminan". Los seres se manifiestan en la noche y en el silencio, y entonces pueden amarse, y la luz detrás de la ventana simboliza lo más secreto de ellos, y en la noche pueden llegar a ese secreto, a lo que vibra de verdad.

"La noche está desnuda en tu mirada", declara después. Cuando en la noche se han ido las definiciones, los propósitos, las doctrinas, todas las limitaciones del día que nos reprimen, la mirada se profundiza, sale el misterio interior, que ya no se asusta de la iluminación policiaca del día, y se da completamente: "La noche está desnuda en tu mirada".

El sol que nos tiraniza durante el día, se hace verde y fantástico, se vuelve pálido y ya no nos invade: "Un sol verde muy pálido/ inútilmente lucha desde el cielo". La palidez aparece en muchos poemas de Cirlot como símbolo de interiorización. El sol enloquece y se pone pálido y su lucha por constreñirnos se hace inútil, ya no puede encerrarnos con su luz de comisaría. Cirlot y su amada pueden amarse del todo, pueden marcharse al país donde crecen las lilas, al No-Mundo, y volverse dioses, y repetir sus letanías sagradas.

Y en Árbol agónico Cirlot busca su plenitud entre todos los mitos: "El árbol que en mis ojos sufre y crece/ espera tus palomas deslumbradas". Y en En la llama persigue sus obsesiones por medio de alejandrinos: "En medio de las grandes tormentas transparentes,/ en medio de esa plaza donde concluye el cielo". Y en Canto de la vida muerta habla de desmesuras de vida escondidas tras la muerte aparente: "Mi alma es esta sed que me devora./ Mi alma es de una raza desolada". Y en Cordero del abismo da una visión agónica del cristianismo: "Cordero del Abismo, centro y círculo,/ pez infinito, pan despedazado". Y en Susan Lennox diviniza a un personaje que interpreta Greta Garbo y condensa la soledad y el misterio: "Se llamaba Susana por la noche,/ Susana se llamaba sobre el alba". Y en el Ciclo de Bronwyn nos habla de esa mujer que vio en una película de segunda fila, El señor de la guerra, interpretada por Rosemary Forshyt, y que convirtió en una diosa: "Mensajera del más allá tu vienes,/ con forma de mujer, pero el abismo/ se cierne junto a ti tan dulcemente".

E inventa una elegía sumeria perdida en los siglos, y evoca una doncella ennoblecida por sus cicatrices, y recoge los restos negros de un misterioso naufragio, y se pierde en las divagaciones metafísicas de Hamlet, y se refiere al color último de los sufíes en Visio smaragdina, y habla con la sombra de una mujer amada a la que mataron los sajones en el siglo VIII, e inventa combinaciones y permutaciones para descubrir sentidos sorprendentes a las frases, y agujerea el lenguaje para encontrarle todo tipo de resplandores.

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