"Quería estar en Pontevedra"

Inspiración y torería; Morante de la Puebla

Un torero diferente, de esos que merece la pena ver solo por lo que pueda pasar, abrirá el cartel de la feria este domingo
Morante de la Puebla, en la Feria de Pontevedra de 2015
photo_camera Morante de la Puebla, en la Feria de Pontevedra de 2015

Morante de la Puebla es una rara avis en esto del toreo. Unos lo tildarán de una pose de otro tiempo, otros, en cambio, hablarán de él como un genio. Pero es precisamente de esa mezcla de lo atemporal y la genialidad de la que surge uno de los toreros más singulares del panorama taurino. Un torero de inspiración, de momentos que valen por toda una tarde, de torería conservada en un frasco de esencias clásicas que nunca pasan de moda.

Su dominio del capote, la profundidad e hilazón de sus naturales y el conocimiento de la lidia primigenia, plasmada en pases poco vistos y desconocidos por el público actual, permiten, cuando estas fuerzas casi telúricas se aúnan, hacer de las faenas de Morante de la Puebla una suerte de milagro taurino. Cierto es que todo esto es complicado que se produzca en una misma tarde.

Las hay en las que su labor con el capote dejan al público con la boca abierta, otras en las que esa muñeca rota y desmayada dejan paso a un baile ancestral entre torero y oponente, con solo unos centímetros de distancia, y otras en las que su parsimonia y dominio de la situación le permiten inventarse una faena y hasta un toro, donde parece que todo eso es imposible.

UNA SONRISA. En el año 2009, Morante de la Puebla debutó en Pontevedra, eran los años en los que solo su embrujo era capaz de competir con José Tomás. El único llamado a mirarle a los ojos. Pero aquella tarde pontevedresa fue de las malas, de las que no pasan cosas, de las que el torero se siente incómodo y renuncia a todo. Formaba terna con Espartaco y Enrique Ponce. Silencio en el primero y bronca en el segundo. Los Lozano lo desterraron de San Roque hasta el año 2013.

Por el medio algunas espantadas y la construcción de una figura de chistera, camisas y abrigos de inmensos picos, estampados de otra época e inmensos puros.

Morante de la Puebla llegaba a Pontevedra en 2013 tras varias tardes antológicas, de esas que hacen echar humo en las crónicas taurinas, que convierten en eterno aquello que sucede en un instante. Y, en Pontevedra, se repitió el milagro, todavía desconocido en el albero de San Roque, donde de milagros de panes y peces sabemos mucho, pero de gestas taurinas no tanto. Aquí que regalamos y dimos tanto sin sentido de pronto Morante de la Puebla esculpió una de esas faenas que no se borrarán de la memoria del aficionado pontevedrés.

Era un 3 de agosto, también eran toros de Alcurrucén, como lo fueran cuatro años antes, como lo serían dos después y como lo serán mañana. Y, entonces, Morante sonrió, y cuando Morante sonríe también lo hace Belmonte, porque a él se debe y aquella oda de inspiración se derrumbó ante la espada, pero ya poco importaba. Los que allí estábamos habíamos visto sonreír a Morante de la Puebla. Repitió el sevillano en 2015, y de nuevo sin puerta grande, pero otra vez hubo sonrisas y gestos, y la torería producto de una inspiración que como tal es incontrolable.



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