Contactar, chatear, quedar... pelearse

Aumenta entre los jóvenes el empleo de redes sociales como WhatsApp como catalizador de trifulcas multitudinarias. Aunque pueden alcanzar los 300 participantes, por lo general suelen ser abortadas por la Policía antes de que estallen

Resulta tentador describir la escena en términos bélicos, pero sería concederle épica a un asunto que no la tiene en absoluto, ya que son sucesos lamentables, alentados por la tragicomedia que las hormonas urden en sus protagonistas, adolescentes o poco más que eso. Este año tuvieron que transcurrir pocos días para ver un ejemplo en Galicia. En la tarde del 29 de enero, la Praza Maior de Lugo reunió a una multitud de jóvenes de entre 15 y 17 años, convocados por las redes sociales. ¿El espectáculo? La promesa de una pelea; presuntamente el tercer encuentro entre dos grupos de chicas enfrentados. No obstante, el exhibicionismo de la cita terminó provocando que la Policía se personase en el lugar y disolviera a los curiosos, anulando la posibilidad de la refriega.

"Cada vez encontramos más situaciones de este nivel", reconoce Santiago Martínez, policía local adscrito a la jefatura de Vigo y especializado en derecho tecnológico e investigación informática forense. Desmentido su carácter anecdótico, el elemento precipitante de esta problemática, indica Martínez, es el aumento exponencial del alcance social propiciado por las herramientas de comunicación, que pueden poner a los usuarios en contacto "de forma masiva y rápida" para los fines que consideren oportunos, "positivos o negativos".

Así, una vez se dispone de la herramienta, la perversión de su uso está servida, canalizada además por la generación de "grupos temáticos afines". Los protagonistas de las macropeleas ni siquiera suelen estar relacionados con bandas juveniles. El perfil de los participantes no sale de lo común, de ahí la dificultad para identificar a los instigadores potenciales de este tipo de hechos, más allá de rasgos necesarios —el dominio de la tecnología y la posesión de terminales— y otros que, apunta Martínez, acostumbran también a compartir, caso de su "poca implicación social" en determinados temas. "Los jóvenes siguen siendo los mismos que éramos antes", reconoce el experto para desligar el asunto de una hipotética anomalía generacional. El factor de novedad se correspondería entonces con una utilización "competitiva" de estas redes sociales como una forma de conquistar prestigio "haciendo la locura más grande".

Lo que antes se restringía al jaleo cómplice de unas compañías poco recomendables, ahora se multiplica gracias al contacto inmediato con decenas de personalidades afines, en constante búsqueda de sus quince minutos de fama. De ahí que el peinado de la red sea el método principal para detectar estas reyertas inminentes. Siempre, matiza el agente, restringiéndose a ámbitos públicos. "No podemos acceder a redes privadas, pero como se mueven por zonas públicas para captar el mayor número de adeptos, algunas se pueden descubrir", dice.

Una ardua labor de vigilancia de "24 horas" al día que, dice, se ve lastrada por la falta de inversión económica y humana. "Cada vez tenemos menos personal".

IMPREVISIBILIDAD. En la madrugada del primer domingo de febrero, el colegio Virxe do Carme de Burela fue el punto de encuentro para una treintena de jóvenes llegados de localidades como Ribadeo, A Pastoriza o Abadín, además de bureleses. La zona había sido escogida ex profeso, alejada de centros de ocio nocturno y relativamente discreta. Ideal para abrirse la cabeza con estacas y barras de hierro y zanjar de este modo un supuesto lío de faldas.

Por fortuna, la Policía, alertada por una vecina, pudo atajar el choque. Estas peleas multitudinarias, organizadas, registradas y difundidas por las redes sociales, explica Martínez, no son la simple actualización de la tradicional conflictividad adolescente. Aquella de escaramuzas prototípicas como las derivadas de la rivalidad entre colegios, barrios, pueblos o equipos de fútbol, por lo general ligadas a eventos concretos —un derbi regional, unas fiestas, una noche de juerga...— y por ende previsibles y controlables.

Sus características introducen un componente de sorpresa que provoca que a las fuerzas del orden "se les pueda escapar de las manos". La chispa puede prender en cualquier momento, conjugada según Martínez con elementos asociados como la crispación social dominante, la rapidez de organización colectiva y, además, con "el pasotismo frente a las autoridades".

MIRAR SE PAGA. El 30 de enero, los asistentes a la macropelea en A Maestranza coruñesa multiplicaron por diez a los de Burela. El centro de A Coruña es uno de los lugares donde, de forma recurrente, se reproducen estos acontecimientos, que han llegado a congregar a más de 300 chavales. Los agentes suelen abortar el altercado antes de que estalle y las denuncias relacionadas que se tramitan en el juzgado de menores son prácticamente nulas.

Con todo, la legislación dispone penas de multa o prisión dependiendo de los resultados de la riña. A ello se suma, agrega Martínez, que "uno de los agravantes es precisamente haber quedado para organizar este hecho delictivo". Y, en paralelo, es posible que entren en juego conceptos como la premeditación. Pero la gran mayoría de los asistentes a estas trifulcas no acude a intercambiar golpes; solo quiere matar el aburrimiento con un poco de morbo —de los 300 jóvenes de A Maestranza, apenas cinco fueron identificados—. Lo que no saben estos mirones es que también incurren en un delito.

"El Código Penal establece lo que es la comisión por omisión: cuando se pudo haber hecho algo por evitar el delito y no se hizo", advierte Martínez. Grabar la contienda significa así dejar "una prueba de que has estado ahí y no has hecho nada". Cada acto tiene sus consecuencias, y las macropeleas reparten implicaciones entre todos los participantes.

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