El santuario de Os Milagres de Amil recibe a miles de personas en el día grande de la romería

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«Sen traballo non hai atallo». Esta es la primera lección que debe aprender quien pretenda llegar en coche al santuario de Os Milagres de Amil el día grande de su romería, sin sufrir el inevitable atasco ni volverse loco buscando aparcamiento con el tiempo justo para llegar a la misa solemne.

Es así como, a varios kilómetros del epicentro religioso de la provincia en este segundo domingo de septiembre, todavía en Rebón, el conductor arriesga a consultar el mapa virtual desdibujado sin apenas señal de Internet. A golpe de GPS, se cruza con dos coches a los que frena para pedir una pista en el laberinto de estrechos viales sin señalizar. «Ven detrás miña, chegaremos ata a escalinata». La promesa es tentadora. Media vuelta y, cinco minutos después, el viaje concluye en A Rozavella. donde se encuentra la fuente de la que, siglos atrás, manó el agua por intercesión divina.

Desde allí no solo se escucha la megafonía de la misa de doce, sino que incluso es posible aparcar sin soltar los tres euros que cuesta cualquier ‘leiraparking’ en las inmediaciones del santuario. Esos tres euros pueden invertirse perfectamente en un paquete de rosquillas o en un paraguas que ofrece a gritos una vendedora ambulante en la escalinata.

Y es que después de una mañana muy nublada la lluvia se convierte en una realidad fastidiosa no por inesperada.

Mientras la misa se oficia en el palco exterior, como es costumbre, la cola de fieles para acceder al santuario no para de crecer. Muchos de ellos llegaron a pie desde diversos puntos de la provincia, como es costumbre, para agradecer a la virgen los favores recibidos o para pedirle intercesión en cuestiones diversas, casi siempre relacionadas con la salud y el trabajo. Hay casos especiales, como un peregrino de Marín que llegó corriendo después de dos horas y media de trayecto.

El acceso más fácil es a través de las puertas laterales, pero solo sirve en casos muy concretos, según deja claro el vigilante de una empresa de seguridad privada que custodia la entrada, que pide acreditación de prensa a los periodistas. Personas en sillas de ruedas o quienes simplemente quieren dejar un exvoto o un centro de flores -el interior del santuario parece un enorme jardín- tienen bula.

La fotografía del interior es la habitual todos los años en Amil. Gente de todas las edades, desde personas mayores a bebés, guardan fila para poder llegar a detrás del altar, dejar limosna, coger una estampa, besar la imagen, pasar por ella un pañuelo, la propia estampa e incluso un paquete de rosquillas (más benditas imposible). Y, por supuesto, dejar un billete, o varios, en el manto de la virgen.

«Se segue chovendo non haberá procesión, pero ata a unha e media non se vai decidir. Será o que mande o cura», explica Luis Rodríguez, miembro de la comisión organizadora, quien admite que la lluvia es «un problema», porque quién se arriesga a sacar la imagen cubierta de una incalculable cantidad de dinero, sin contar el valor de la propia talla.

Pasan unos minutos de la una de la tarde y la misa solemne acaba de empezar en el exterior. Los fieles escuchan bajo un manto de paraguas.

Protección Civil prohibe temporalmente el paso al santuario, para decepción de quienes aguardaban su turno al otro lado de la puerta. «Senón será difícil dalo baleirado». Mientras los últimos de la fila van pasando por el altar -e incluso se hacen ‘selfies’ con la virgen-, comienzan los preparativos para la procesión, un ritual que llama la atención de los presentes y provoca una nube de fotógrafos.

La primera en ser colocada sobre el pedestal es la talla de Nosa Señora da Guadalupe, a quien le ‘prestan’ algunos billetes para lucir en su manto. Ella será la protagonista de los cultos del próximo fin de semana.

A continuación, con sumo cuidado, bajan la imagen de la virgen de Os Milagres y la visión de su manto cubierto de innumerable papel-moneda deja boquiabierta a una joven. No solo lleva billetes (esta vez no se aprecia ninguno de 500 euros, al menos en un rápido vistazo), sino también tres pequeñas fotografías de carné de ofrecidos con una inscripción en su reverso.

Son las 13.20 horas y cae una fina lluvia azuzada por el viento mientras las vírgenes son delicadamente cubiertas con sendos impermeables diseñados a propósito para ellas. Un miembro de la comisión contiene el enfado de quienes se quedaron fuera del santuario repartiendo fajos de estampas. «Cando remate a procesión e volva a santa poderán entrar», explica un voluntario de Protección Civil.

Faltan diez minutos para las dos cuando, sorprendentemente, no solo cesan la lluvia y el viento, sino que incluso aparecen los rayos de sol. Coincide con la salida de la procesión del santuario. Bajo el pedestal de la virgen de Os Milagres se sitúa una mujer. Porta dos cirios, blanco y rojo. Es la misma que llevaba largos minutos conteniendo las lágrimas. María Teresa, vecina de Pontevedra, explicará después, visiblemente emocionada, que pide «saúde y traballo», aunque prefiere no dar más detalles. Llegó a pie a Amil después de caminar toda la noche y es la primera vez que va debajo del pedestal.

Algunos rezagados todavía aprovechan para colgar más billetes del manto divino. «Mamá, ¿por qué le dejan el dinero?», pregunta una niña de cinco años. «Porque se lo prometieron a la virgen. Y lo que se promete se cumple». «Pero después se lo devuelven, ¿no?».

La madre, la niña, su hermana pequeña y el abuelo son testigos de como la procesión completa su recorrido habitual, con las imágenes custodiadas por la Guardia Civil, sacerdotes, monaguillos y la Banda de Música Nova Lira de Moraña.

Tras rodear el santuario y el recinto festivo, la comitiva regresa a la puerta principal, donde las dos imágenes, situadas frente a la multitud, ‘escuchan’ el himno español interpretado por la banda, que concluye con un sonoro aplauso y un «¡Viva la Virgen de los Milagros!».

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