Estrellas

Me llevó varios meses sacar adelante esta página de hoy, pues Patricia Martínez y Adrián Esperón, los chicos que salen en la foto, reparten su tiempo entre viajes, competiciones y largas estancias en Italia, donde reciben clases para perfeccionar su arte. Para mí era importante lograr este encuentro porque ellos han sido siete veces campeones de España de baile deportivo y pasean el nombre de nuestra ciudad por todo el mundo. A usted mismo, por ejemplo, no le dedico una página porque usted, como yo, no ha sido jamás campeón de nada, y mucho menos siete veces. Puede que tenga usted una placa que diga “a la mejor cuñada del mundo”. Desengáñese. No lo es. 
Nada más encontrarme con ellos, en un arranque de sinceridad, les digo que no termino de ubicar el baile deportivo, pues es a la vez deporte y danza; exhibición y competición, y todo ello es demasiado complicado para mí. Yo soy de entender las cosas a la primera o no entenderlas jamás. Obviamente, la percepción que Martínez y Esperón tienen del asunto es otra, que explican amablemente, como cuentan su rutina. Se mantienen desde 2006 en la élite mundial porque entrenan juntos tres horas cada día y otras tantas por separado entre gimnasio y piscina. Se financian sus viajes con su trabajo. Son a su vez profesores de baile e invierten lo que ganan entrenar, viajar y competir. De vez en cuando, sobre todo al principio, necesitaban apoyo económico de sus padres para seguir adelante. Ayudas oficiales, pocas, ni patrocinios, otra cosa que no entiendo. Estar entre los mejores del mundo en una disciplina como la suya es muy caro.
Busque usted vídeos de ellos en Youtube y entenderá por qué son los campeones. Sus movimientos están perfectamente sincronizados, a la décima de milímetro. Bailan como los ángeles. Les digo, en un alarde de desconocimiento, que por lo que sé en el baile deportivo las mujeres trabajan más que los hombres, pues hacen más giros y piruetas. Fingen que no les parezco idiota y me lo explican: en el baile, de toda la vida de Dios, son los hombres los que mandan y guían a las mujeres, lo que no significa que se esfuercen menos que ellas. Entonces les advierto: si Carme Fouces se entera de eso os mete un paquete, pues es concelleira de Igualdade, la encargada de erradicar la supremacía masculina en todos los ámbitos de la vida, sospecho que también en el baile. 
Les digo que no entiendo que no sean pareja sentimental, pues ambos son bien parecidos y buenas personas que pasan la vida juntos. ¿Cómo es posible que no haya surgido el amor? No tiene nada que ver, me dicen: son amigos y compañeros de trabajo, lo que no les convierte en novios. Cada uno, sostienen, se enamora de quien le da la gana. No estoy de acuerdo. 
Tienen la paciencia, los dos, de un fraile benedictino. La fotógrafa les propone un posado y se van sin rechistar calle arriba para buscar un escenario propicio. Vuelven y siguen contestando con gran despliegue de detalles a cada una de las preguntas, incluso a las más estúpidas, que son casi todas. Recuerdan sus inicios como pareja artística, siendo poco más que unos niños. Encontraron la química y supieron al instante que iban a compartir sacrificios y éxitos. Cuentan su marcha a Italia cuando Pontevedra se les quedó pequeña: “Pues como Quiroga se fue a Madrid y luego a París. Si queremos ser los mejores tenemos que estar entre los grandes”. No echan de menos una adolescencia perdida. Al contrario: han vivido experiencias que no podían ni soñar sus compañeros de entonces. Han competido en ciudades de todo el mundo, incluso en Australia, que es lo más lejos que puede llegar un gallego sin salir del planeta. Y llevan muchos años disfrutando del éxito y alcanzando las mejores clasificaciones de cualquier pareja española en la historia de ese deporte. Su palmarés, increíble. 
¿Y os sentís valorados en casa? “Bueno, yo soy de Mos”, dice ella, “y allí sí he tenido algún reconocimiento. Adrián en Pontevedra, de momento no. Alguna ayuda sí, pero ningún reconocimiento”. “Ya llegará”, piensa él, pero no lo dice. Al acabar me encuentro a un amigo que sabe mucho de la vida y le cuento que los bailarines me han causado una gran impresión. No se comportan como estrellas, le digo. “Porque lo son”. Y es cierto. Orgullosos estamos.

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