Apareció el ex presidente José María Aznar como hombre que sabe lo que hay que hacer si es que se puede hacer. Apareció ante las cámaras con sombra de bigote, que no es bigote entero ni medio bigote. Aznar se repanchingó en su asiento para aclararnos que durante su mandato «todo bien, gracias», al tiempo que le enviaba, vía acento texano, unas cuantas pullas dolientes al presidente Rajoy. Sobre todo lo que dijo estoy de acuerdo con eso de bajar impuestos y con que la clase media está de capa caída, casi desapareciendo. Pero esto es algo de sentido común, no hay muchas vueltas que darle, porque tal y como están las cosas si no bajas impuestos la economía sólo sirve como quebradero de cabeza para un amplísimo grupo de ciudadanos que se las ven y se las desean no sólo para llegar a fin de mes, sino también para llegar medianamente esperanzados cada primero de mes. Aznar habló desde su envanecimiento. Aclaró que con Rajoy casi no habla, que más bien prefiere hacerlo por y para los ciudadanos españoles en una televisión privada y con ademanes de una época que ya no volverá por motivos de tiempo caduco y desgaste. Yo, al igual que muchos españoles, no le perdonaré al ex presidente que nos metiera en la guerra de Irak, entre otras cosas porque nunca le he visto beneficio alguno bombardear por bombardear, y también porque al final todo aquello no fue más que una contienda innecesaria que sólo nos ha traído hipocresías, muertos e inmundicia. La segunda cosa que no le perdono su estilo «cutre deluxe», quiero decir, recordar aquella macro boda que le montó a su hija en El Escorial, a lo princesa que buscó sapo para besar, sapo que se convirtió en príncipe y, como remate romántico, príncipe que se casa a todo trapo gracias a un suegro que ostenta el cargo de un país medio rojo, medio azul. Aznar forma parte del pasado. Se le debe escuchar como ex presidente que es, con contracciones o sin ellas, pero ya forma parte del pasado, un pasado que la amplia mayoría de españoles han dejado en la cuneta. Estoy convencido de que, pese a todo, Aznar no volverá a ser candidato para presidir el sillón de mando, porque ahora no toca, y porque los mesías de segunda mano y segundas oportunidades nunca han sido buenos para nada, más bien agoreros que poco tienen que ver con lo que es la realidad vivida a ras de calle. Reapareció Aznar criticando desde la barrera; emergió sin ser consciente de que es una persona como otra cualquiera.
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