«6.202.700»

Podemos agarrar la más oscura de las actitudes, la más soberbia de ellas, y predicar como un viento revelador todo tipo de erudiciones populistas (siempre se alecciona mucho y muy ardientemente cuando se tiene la barriga llena y los riñones recostados en un asiento fofo). Esto ya pasó con las grandes revoluciones de la Historia: basándose en los derechos fundamentales, unos pocos líderes aburguesados se aprovecharon de las miserias y los sinsabores de la gran mayoría sólo por beneficio propio, jamás por el interés general. Ahora las cosas continúan repitiéndose («lo que fue, eso mismo será; lo que se hizo, eso mismo se hará…»). Así es que poco a poco nos vamos enterando de la maliciosa realidad que nos circunda a medida que nuestra paciencia grita desconciertos (bienvenidos al mundo real): UGT se gasta 2,7 millones de euros en su nueva sede de Mérida, se asedia un Congreso sin matizarnos que únicamente se anhela sitiar a un partido político, ese mismo que prometió y no cumplió. En Andalucía la izquierda de un lado y del otro se lo lleva crudo o calentito a modo de ERES capciosos. Bárcenas hace cortes de manga en vez de cantar «Clavelitos» mientras otea satisfecho el novísimo cielo de mayo. A la tonadillera de moda –esa que tiene un hijo que no tiene que estudiar ni trabajar porque en este país vale más un apellido que un doctorado con siete sellos de calidad- le caen justamente dos años de cárcel, cuando otros, por un delito muchísimo menor están compartiendo celda con supuestos mangantes que no anhelan salir de la cárcel, ya que temen por su integridad física y sobre todo mental. «Un desliz» del juez Gómez Bermúdez permite que el dirigente de la mafia ruso-georgiana salga de España, y aquí nadie dice nada. A todo esto sumemos que muchos advierten que España se rompe. No nos mintamos más… España hace tiempo que se ha roto, se rasgó en el momento en que no supimos valorar las diversidades, pero sí supimos aborrecernos los unos a los otros, poniendo como pretexto las divisiones territoriales y las disparejas entonaciones. Indiquemos asimismo que la monarquía da giros suicidas sobre su propio ataúd de gansadas, mientras que en Alemania se requiere –todavía- más mano de obra barata -y española-, sabedores de que podrán hacer de nuestros jóvenes lo que les salga de ahí abajo. Entonces hago una pausa e intento respirar hondamente para que la taquicardia vaya a menos. Enseguida engancho el periódico de ayer, rugoso de tantas manos como lo han degustado e injuriado, y advierto lo primordial: la angustia más entristecida se nos muestra en una cifra record: 6.202.700 de parados, de personas que carecen de hoja de ruta esperanzada. Y ahí es cuando mi coraje carcome reciamente la hipocresía anteriormente nombrada, y asevera desde lo insondable: «Esta es la vida que elegimos. Y una cosa está clara, ninguno veremos el Cielo».

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