COMO en cualquier manifestación artística o de inspiración humana, a la hora de valorar la obra de un pintor suele tenerse en cuenta la evidencia, sea buena, mala o regular, pero también existe la subjetividad para interpretarlo. Cada cual lo analiza a su mejor saber y entender, más si nos movemos en lo abstracto, género impreciso que fluctúa entre la genialidad y el gato por liebre. Por ejemplo, a Antoni Tàpies se le reconoce como uno de los principales exponentes a nivel mundial del informalismo, figurando entre los más destacados artistas españoles del siglo XX. Para otros es solo un bluff. A Albert Boadella se le preguntó cuál es la diferencia entre un Tàpies y una pared desconchada. Respuesta: "Puramente financiera". Lo matiza: "Que hay un experto que te dice que una cosa vale un millón de euros y otra no". Afirma el fundador de Els Joglars que "se ha creado un arte en el que hay un batallón de expertos que manipula; vender un Pollock por dos millones de euros es una genialidad financiera, pero no artística". Confirma que los considerados genios no se libran de ser cuestionados. Tampoco Tàpies.
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