Opinión

¿Qué va a quedar cuando esto pase?

SUCEDIÓ en un tren, volviendo de Barcelona. Me encontré en la cafetería con un conocido, alguien vinculado al sector editorial, a quien hacía tiempo que no veía. Compartimos mesa, un par de cafés y un rato de conversación en la que nos pusimos al día de personas comunes. En un momento dado le pregunté por M, una mujer interesante y divertida que se contaba entre sus más grandes amigas. "Pues ya no nos vemos", y añadió, ante mi expresión de sorpresa "no es que hayamos roto la amistad, pero hemos dejado de quedar. Ella y su marido se han vuelto "indepes" y quedar con ellos empezaba a ser desagradable".

Aquella tarde, ante un café con leche y un paquete de galletas, aquel hombre inteligente, pacífico y culto, desgranó ante mí el disparate en que se había convertido la relación con aquel matrimonio al que me consta que adora: con ellos sólo podía hablarse de independencia, y las conversaciones siempre acababan en bronca. Así las cosas, prefirió poner distancia con ellos y han dejado de verse. Me despedí con cierta melancolía y la sensación de que la anécdota es en realidad una buena metáfora de lo que sucede en Cataluña. Los separatistas han inoculado el virus del mal rollo en los amigos íntimos, en las pandillas, en las familias y hasta en los matrimonios felices, hasta dinamitar cada pequeño núcleo de afectos. Me sé más historias como la que me contó aquel conocido del Ave, y todas son parecidas y tienen el mismo final triste: esa familia numerosa que ha dejado de celebrar la paella de los domingos, esos dos hermanos que apenas se hablan desde que uno se casó con una furibunda independentista, esa peña futbolera que se ha disuelto porque parte de ella empezó a ir a los partidos con estelada. Esta es la Cataluña que han creado los separatistas: enconada, bronca, amarga, infinitamente más triste. Me pregunto qué va a quedar cuando esto pase, y qué haremos con las cenizas de este incendio que unos prendieron, otros azuzaron y otros ignoraron.

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