Opinión

Ceta

CONOCIDO COMO el hermano pequeño del TTIP, largo y accidentado ha sido el recorrido temporal mostrado por el Acuerdo Económico Comercial Global, más conocido por sus siglas en inglés: CETA. Sus negociaciones comenzaron en 2009. El 26 de septiembre de 2014, durante la Cumbre Canadá-UE, Durão Barroso -presidente de la Comisión Europea- y el primer ministro canadiense, Steven Harper, anunciaron a bombo y platillo la finalización de las negociaciones. Tal hecho había sucedido a finales del año anterior. Prevista su firma para el 27 de octubre de 2016, trece días antes aconteció un cataclismo al negarle esa posibilidad el Parlamento de Valonia al Gobierno belga. El proceso ha puesto de manifiesto las divergencias competenciales existentes entre la Comisión Europea y algunos de sus miembros. Aunque aprobado, todavía puede producirse algún susto, al no haber dicho la última palabra el Tribunal Constitucional de Alemania. Si bien es cierto no se esperan morrocotudas sorpresas, nunca se sabe.

Lejos de la antaño arrolladora aprobación prevista, el acuerdo fue refrendado por la Eurocámara el pasado 17 de febrero con una clara división fiel reflejo de las divergencias europeas. Frente a los 408 eurodiputados de voto favorable, 254 lo hicieron en contra y 33 se abstuvieron. Curioso ha sido el mapa de la votación, donde los distintos grupos conservadores y liberales dieron su apoyo incondicional, mientras en el lado opuesto convergieron tanto la derecha más nacionalista como los grupos de izquierda. El hiato formado por las votaciones en la Eurocámara y en el Parlamento Español mostraron la actual deriva e inexistencia de un nítido referente por parte del PSOE, pues en febrero, cuando muchos socialistas europeos desobedecieron la línea oficial y se posicionaron contra el CETA, sus homólogos españoles mostraron sus unísonas bendiciones al acuerdo y bien sabido es lo sucedido hace unos días.

De igual modo a lo acontecido con las negociaciones de su hermano mayor, el TTIP -ahora en el congelador-, si por algo se ha caracterizado el CETA ha sido por su opacidad, por su secretismo. Las críticas también se han centrado en las posibles consecuencias alimentarias, laborales, medio ambientales... En el terreno de las objeciones, otro de los grandes jalones ha sido el aparentemente minimizado Sistema de Tribunales de Inversores, sistema judicial paralelo donde los poderes judiciales nacionales, comunitarios e internacionales quedarían al margen. De sus consecuencias un buen ejemplo lo tendríamos en Galicia con las indemnizaciones demandadas por Corcoesto, precisamente una minera del país líder mundial en esa actividad: Canadá.

Algunos sectores han querido ver al CETA como el prólogo, el gran ensayo, de las negociaciones de otro tratado de libre comercio de mayor calado. Aunque previsto para 2018, el acuerdo entre Japón y la UE podría cerrarse este año pues marcha viento en popa y a toda vela. Una economía, la nipona, por cierto, varias veces superior a la canadiense.

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