Opinión

La expulsión del paraíso

La Transición se eleva a categoría de mito frente a quienes la califican de "traición", quizás por reivindicar estos como idílica la España que justamente quisieron que no se repitiera los artífices de estos 40 años de democracia

MIRCEA Eliedade nos explicó la nostalgia del paraíso como recurso de las tradiciones primitivas. Es probable que recurramos a esa comodidad quienes vivimos la Transición. Lo aplicamos a la hora de presentar y sobre todo defender aquel tiempo histórico como concordia y felicidad colectiva. La celebración de unas elecciones libres el 15 de junio de 1977, transcurrido poco más de año y medio de la muerte del dictador, y después de 41 años de paréntesis autoritario, es un hito incuestionable.

1.- Aquel tiempo político que siguió al franquismo aparece ahora con las desfiguraciones de la luz cálida que casi siempre oculta en la mirada las sombras del pasado. La Transición se eleva a la condición mítica del paraíso en el origen. En el principio (Ferrán Gallego. El mito de la Transición. Crítica). Dispone de relato creador, como el Génesis. Aparecen muchos padres del hipotético diseño, desde la pizarra de Suresnes, que contó Alfonso Guerra; a los papelitos en los que figuraban todos los pasos, de los que habló estos días Landelino Lavilla; al arquitecto Torcuato Fernández Miranda, o a los curiosos aportes que formula Luis María Anson sobre Sainz Rodríguez y otros consejeros de Villa Giralda. Hay un diseño práctico a recordar: la llamada a la reconciliación nacional que formuló el PCE de Carrillo, ya a finales de la década de los cincuenta. El éxito de la Transición es la reconciliación. Cuando se la critica, habrían de aclararnos si se considera menos cívicos y constructivos a los líderes políticos que concurrieron a las elecciones de junio de 1977 frente a quienes hacían hervir la olla en febrero del 36. La comparación es obligada cuando la recuperación de la memoria pretende mitificar y recuperar como idílicos pasados que justamente la Transición quiso evitar. Temía repetir.

2.- Las paternidades del diseño y del logro son compartidas. En el impulso y triunfo del cambio para vivir en libertad no debería olvidarse la realidad de una sociedad que se movilizaba y presionaba. Los pasos hacia las libertades, con frecuencia, se dieron por la presión interna, desde la calle: una universidad en revuelta permanente, el movimiento obrero, la capacidad de movilización del PCE. Y una presión externa, desde algunas potencias democráticas occidentales, con financiación y servicos secretos incluidos. Es cierto que "Franco murió en la cama" pero también es cierto que la acción frente al totalitarismo fue muy activa, con mención especial al PCE, en los movimientos obreros y estudiantiles y desde sectores católicos posconciliares. El terreno estaba cultivado en una sociedad dinámica para que cuajara el cambio.

No todo estaba programado y previsto. Algunos pasos se dieron por una presión que los hizo imparables. L’estaca, aunque no sea cita incorrecta en estos momentos. Algunos diseñadores no contemplaban la legalización de los comunistas ni, por descontado, instituciones autonómicas. No pensaron en el regreso de Tarradellas como presidente de la Generalitat o de Leizaola a Eukadi.

Vivíamos, además, tan felices, según ese relato de respuesta a quienes califican de traición la Transición, o según el referente paradisíaco de esa selección parcial de imágenes con canciones de libertad sin ira que ofrece TVE. Pero en esto llegó la crisis y la nueva política con la propuesta de la tentación de morder la manzana y hacernos como dioses. ¡A la conquista del cielo!, llamó el señor de Podemos. El recurso mítico no solo pertenece al lenguaje de quienes construyen la defensa del pasado, pertenece también, como sucede siempre, a quienes anuncian un nuevo paraíso.

3.- Aquel idilio tiene muchas zonas de sombra. Algunas están ya contadas y documentadas en libros. Hay represión, tortura y cárcel. Y muerte, no solo las víctimas de Eta. La matanza en el despacho laboralista de Atocha muestra hasta dónde llegaba la resistencia al cambio de los sectores dispuestos a perpetuar la dictadura. Desde el matonismo en la calle monopolizaron los símbolos que deberían ser de todos, como la bandera, que incorporaron a la violencia política. Son detalles a no olvidar en la explicación de algunos problemas que existen todavía con los símbolos comunes.

La construcción del tránsito fue más complicada de lo que la simpleza idílica cuenta. Se consiguió que el resultado final fuese ejemplar. Tiene toda la razón Ramón Tamames: hay motivos para sentirse satisfechos del trabajo realizado, de haber cumplido con la sociedad española y de dar una lección histórica frente al repetido pasado de enfrentamiento civil y de frustrar, por el irrealismo de unos, y abortar, por la intransigencia de otros, todo intento de modernización y libertades. Parece un retrato aproximado de la España del XIX y del XX, hasta la Transición. Esta es frente a la Violencia roja y azul, para coger el título de Francisco Espinosa Maestre (Crítica. 2010). Para poner fin al enfrentamiento de las dos Españas, irrenciliables hasta este momento. Debería formar parte de la memoria histórica a recuperar la tercera España, tolerante y contraria a la violencia, despreciada y perseguida por rojos y azules. Está todavía ahora, 40 años después, saliendo a la luz.

4.- Jordi Gracia contó perfectamente en La Transición trágica (El País) la frustración de la utopía. Herralde constató que se dejaron de comprar los ensayos políticos tras la normalización del país. La palabra democracia estaba muy viva, incluso desde antes de la muerte de Franco, "pero el sentido que cada cual le dio fue equívoco y hasta contradictorio". Se optó, como recordaba José Luis Meilán, por el camino del medio entre el imposible continuismo del franquismo y una quiebra total que se planteaba desde las plataformas de la ruptura no pactada y por las "bases constituíntes", estas en los sectores del nacionalismo gallego de izquierda. La posición del nacionalismo gallego, con gruesas líneas rojas por la ruptura y frente al españolismo, renunció de entrada al viaje pactado de la Transición.

No fue ni era posible, salvo para el entusiasmo de las lecturas revolucionarias, la ruptura con un camino que partiese de cero. Pero no había un consenso de lo que entender por un país normalizado, homologable, hacia el que avanzar. Las proclamas iban del Chile de Allende, que fracasó en su vía socialista, a país no alineado, como Argelia, a las diferentes versiones del marxismo de divulgación y devoción. Se implantó felizmente la democracia representativa parlamentaria en un sistema económico social de libre mercado. El régimen burgués. El único que modernizó el país en libertad.

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