Opinión

La gira

EN SU primera gira europea como presidente de Estados Unidos, a Trump solo le faltó eructar en la cena con los dirigentes de los países de la Otan, aunque Rubén Amón sostiene que no le sorprendería que lo hubiera hecho. El alarde de mala educación se ha llevado más titulares que sus discursos.

Ya en su visita al Vaticano apuntó maneras; las críticas se las llevaron su mujer e hija por la elección de los velos para cubrir su cabeza, pero nadie ha señalado un gesto que demuestra su nulo conocimiento de las reglas básicas de la cortesía y el respeto a los mayores o a los superiores... o a lo mejor las conoce pero su soberbia le lleva a no aplicarlas: una vez que saludó al Papa, el presidente americano se sentó sin esperar a que lo hiciera Francisco. En fin.

Llegó luego el codazo al presidente de Montenegro para colocarse delante de él en la foto de familia, el tono de impertinencia que utilizó en su discurso, o la sugerencia de que echaran abajo las paredes de algún edificio para que su limusina pudiera circular por la estrechísimas calles del centro histórico de Taormina. Llegaba a Europa después de redactar unas líneas en el Museo del Holocausto, en el que no hizo la menor referencia al holocausto ni a sus seis millones de judíos muertos, un ejemplo de su falta de sensibilidad... y de conocimiento mínimo de las reglas de la diplomacia.

Queda el consuelo de que al menos dos mujeres le han tomado la medida. Theresa May, en cuanto tuvo oportunidad, le echó en cara que su policía filtrara a medios de comunicación la información y fotografías que les habían facilitado los servicios británicos, en línea a la habitual colaboración n la lucha contra el terrorismo. May ya había anunciado que se cortaba ese canal de comunicación que había funcionado a lo largo de décadas. Le estaba diciendo claramente que no se fiaba de él, lo que tiene lógica tras saber que días antes había pasado información sensible al ministro ruso Lavrov y ponía en peligro una importante operación antiyihadista.

La otra mujer que no ha tenido complejo en demostrar públicamente su incomodidad ante un marido déspota, arrogante y que no admite que le lleven la contrario, es Melania Trump. Nadie ha dado mucho crédito a la explicación de que se ha quedado en la Trump Tower para estar con su hijo hasta que finalice el curso. En esta gira ha marcado distancias con Trump, impidió que le diera la mano al menos en un par de ocasiones, y en Bruselas se fue a dormir a un hotel en lugar de quedarse en la embajada con Trump como estaba previsto. Impensable ir más lejos en sus gestos de marcar distancias, pero los que dio fueron muy significativos.

No deja un buen recuerdo Trump en su primera gira europea. Y no por razones políticas.

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