CUESTA ENTENDER cómo es posible que la Audiencia de A Coruña condenase a 44 años de cárcel a Pedro Raño por violar y maltratar durante doce años a sus tres hijastras y que, tras permanecer dos años preso, el Tribunal Supremo le absuelva por falta de pruebas concluyentes. Se supone que para un veredicto tan terminante son necesarias evidencias irrebatibles, y choca que el tribunal coruñés decidiese la pena, parece, en base a la credibilidad testimonial de las víctimas, que siempre pueden mentir. Incluso dicen que la exmujer de Raño ya había acusado por hechos similares a su primer marido, demostrándose en su día la falsedad. Ahora se enfrenta a otra posible querella por denuncia falsa. Es preocupante que algunos jueces cimenten dictámenes de culpabilidad en indicios y convicciones, ligerezas como si fuesen certezas irrefutables, alentadas a veces por juicios paralelos y mediáticos, quedándose al final en meras patrañas. Es de una gravedad extrema, y los responsables deben pagarlo, que una persona permanezca dos años privada de libertad por un confuso veredicto. Así se explica que la Justicia sea poco de fiar.
Buscar
Servicios
El Grupo
Comentarios