''Nunca reprimí la angustia y la vergüenza al subir al púlpito''

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Hijo de unos tenderos de Madrid, el joven Luis María Fernández Espinosa hizo el petate y marchó a Santiago de Compostela con su tío, Eugenio Fernández Arpón, que era allí canónico tesorero de la Catedral. Los dos paseaban una tarde por las calles de la ciudad cuando el tío se paró a saludar a unos frailes. Mientras charlaban, el crío mantuvo la mirada fija en las sandalias de los religiosos, y al reemprender la marcha selló su destino: «Yo quiero ser como ésos».

A menudo son los caprichos juveniles los que escriben la Historia y otras veces, la inercia de un tiempo. La leyenda dice que San Francisco de Asís, en su periplo a la tumba del Apóstol a Santiago, fundó el convento pontevedrés a principios del siglo XIII. Cobijo de frailes pertenecientes a su Orden, la desamortización de Mendizábal en el siglo XIX despojó a los franciscanos de su templo, que pasó a manos del Ayuntamiento. El 15 de enero de 1909, los franciscanos ocuparon una parte de su vieja casa. Entre ellos, el Padre Luis, una figura clave en la primera mitad del siglo XX en Pontevedra.

«Teníamos las posesiones desde 1235. Y la vuelta en el año 1909 fue muy ardua tarea. A la llegada a Pontevedra, los seis frailes tuvimos que instalarnos en una vieja casa que ocupa el Gran Garaje de la calle Benito Corbal», comentaba el religioso al abogado Celestino Iglesias Dapena, que le entrevistó para Diario de Pontevedra en 1959. El procurador eclesiástico Javier Vieira cedió la posesión hace hoy cien años. El Padre Luis recordaba diez años antes de su muerte, en 1960, «una labor de titanes». «Con una pequeña campanilla de mano tocábamos la misa. Eran entonces párrocos de la ciudad los señores Montes y Salgueiros, y coadjutores don Benito Abrey y don José Portela. Las misas se cobraban por aquel entonces a seis reales, y cubrían gastos. Poco a poco la gente fue acudiendo a la iglesia, que estaba destartalada».

Si la llegada fue ardua, en palabras del religioso, no lo fue tanto la integración de los franciscanos. Pronto el Padre Luis se convirtió en uno de los ejes de la fructífera sociedad pontevedresa de la época. «Fue un gran amigo de Augusto González Besada y de Bugallal, y desarrolló una extraordinaria labor social, cultural y religiosa», cuenta Celestino Iglesias. El letrado esgrime en su despacho de García Camba correspondencia del franciscano, en el que revela las vicisitudes respecto al convento. El templo fue arrendado por 25 años a un precio anual de 250 pesetas. Y en 1930 relata en una carta la cesión de propiedad del convento por Real Orden gracias a la intervención del director general de la Propiedad, Antonio Lara Mesa, y dos ministros de fuste: José Calvo Sotelo y Julio Das. Ello, pese a la «mala voluntad» del arzobispo, el Padre Zacarías, «que no se entendía con los provinciales por el mal avenido pleito de Herbón».

Musicólogo

Pero si por algo hizo fama Padre Luis en Pontevedra fue por la música. Era una eminencia en ese campo, fue director de la Orquesta de Cámara y Prudencio Landín, en la biblia pontevedresa que es De mi viejo carné, recuerda los «nuevos y ruidosos» éxitos a los que la condujo. «Memorables son los de Orense, Lugo, Santiago, Vigo, Tuy y otras ciudades gallegas, así como los de la Escuela Naval de Marín», escribe Landín. «Enumerar mis  obras sería incontable», reconocía el Padre Luis.

La ciudad brindó un homenaje al religioso al cumplirse cincuenta años de su llegada y los franciscanos a la ciudad. En aquellas fechas confesó a un amigo con gesto de pesadumbre: «De esto yo no quiero aparecer en nada, y te voy a decir una cosa que no he dicho a nadie: he predicado muchas veces aquí en novenas y misas, pero antes de subir al púlpito no he podido reprimir la angustia y la vergüenza me vencía».

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