SI FUERA poesía, serían versos fríos, indiferentes al color y a la atmósfera que ellos mismos crean a su paso. Si fuera música, sería atropellada, torpe, como si se sintiera incómoda interpretando algo que no acaba de entender. Si fuera un paisaje, cualquiera, pongamos una animada plaza de algún centro urbano, sería extraño. Un paisaje en el que todos los elementos están ahí: personas, mesas y sillas de restaurantes con sus sombrillas —si hubiera de ser verano—, algún árbol trayendo la naturaleza y dotando al conjunto de una faz menos compacta, bajos comerciales y edificios recién restaurados, quizá algún perro, puede que alguna paloma. Si todo eso estuviese ahí, o más bien, a pesar de estar ahí, sería como si esa normalidad, ese tono constante e identificable que posee lo cotidiano, no se reflejara en absoluto. Como si hubiera una modulación anacrónica, que desbaratara la totalidad del cuadro, su significación.
Hay algo de todo lo anterior en la primera temporada de la serie 'Genius', esa permanente sensación de que se está solo rozando la superficie y de que, de ahí al fondo, hay un abismo que no parece que vayamos a conocer. Y puede que se trate de eso, precisamente. Que ya puestos a contar, en lo que hay que fijarse es en ese tipo de inmensidades. No se trata tanto de la genialidad de Einstein —el protagonista de los episodios— sino del abismo que todos llevamos dentro. Entrar en cualquiera de ellos supone, ya de por sí, un riesgo; intentar descubrir el de Einstein, imaginamos que un riesgo complejo.
La complejidad es, cuando menos, engañosa. Atrae y repele a un tiempo. Reclama tu atención con armas conocidas pero, no por ello, menos eficaces. Te llama con seductora voz, es posible que su mirada te resulte irresistible. Esos gestos tan dulces, puede que te preguntes, de dónde han salido, qué son. No has conocido aún, tamaña delicadeza. No obstante, hay una sensación. Una especie de advertencia sorda en alguna cavidad de tu cerebro que te pone alerta. ¿Existe semejante belleza? O solamente es una ilusión, una artimaña del destino, una prueba. Esa ambigüedad te impide avanzar con paso decidido. Depende únicamente de ti.
El enfoque de la serie, la mirada con la que han decidido observar al personaje, refleja más ese caminar a trompicones hacia lo complejo que una determinación valiente. Y eso tiene consecuencias, una de las cuales, y, a la vez, una de las más peligrosas, es que el espectador no se cree lo que está viendo de tan raro que resulta, de tan fuera de plano. Es como una desubicación, todo está ahí, pero lo que deriva es un sinsentido. A pesar de que los capítulos están abordados con la fuerza que, en un principio, destila el personaje, esa pasión se desinfla y parece, al final, un poco absurda.
Y es que la pasión tampoco es fácil de comunicar sin caer en la ridiculez, el esperpento o similares. Las partes que inciden en el pasado del personaje son las que menos convencen porque son por las que se destilan esas incongruencias: hay apasionamiento desmedido en la caracterización de los personajes y, por el contrario, esa vehemencia —que podría ser interesante— se va perdiendo a medida que se transmite. Lo que queda, a ojos del espectador, es una suerte de decepción incomprensible. Un no entender para qué tanto gesticular si, en el fondo, lo que nos conecta no es exactamente el grito, sino el silencio. Un recorrido mudo por la historia de un personaje tentador. Todo esto es simbólico, claro. Un decir. Una abstracción. Cada cual tiene sus sinuosas y sorprendentes vías desde donde mirar el mundo.
Desvelos de la audiencia
'CAZAMARIPOSAS' ES un programa de Divinity que se ocupa de adentrarse en las vidas de los famosos. Su labor es la de realizar profundos y sesudos reportajes de investigación. Uno muy interesante: averiguar de una vez por todas si la sonrisa que luce Paula Echevarría en las apariciones públicas es un poco forzada, mucho, o directamente falsa. Menos mal que todos los integrantes y productores de este espacio entienden la preocupación de todos nosotros por cosas así.
