Opinión

Lo verosímil y lo ficticio

UN PISO piloto. Un decorado. Una maqueta. Las cosas están allí. Simulando que existen. Un entorno creado par dar una sensación aproximada de la realidad. Si nos acercamos, podemos distinguir una figura de un joven negro vestido de policía. Tiene un objeto en las manos —podría ser un arma—. Pero todo es tan diminuto que si nos aseguran que nos estamos equivocando de escena, tendríamos —por lógica— que creerlo. Quizá no sea bueno ver tantas series policíacas. Lo sé. El nordic noir nos da otra esencia. Hay, de todos modos, un instinto. Tratamos de averiguar a quién apunta la supuesta pistola. Vemos entonces en el suelo una figura, que podría pertenecer a otro joven, esta vez, blanco. Bueno, decimos, tenemos aquí mismo, ante nuestros ojos, el germen de un conflicto racial. Avanzamos hacia otro cuadro. Otra maqueta. Aparece, en esta ocasión, una figura trajeada de un hombre negro. Si comparamos el estilo de las figuras, deducimos rápidamente una semejanza de forma y tamaño. Sacamos la conclusión de que pertenece a otro joven. Negro, esta vez. A su lado, una mujer. Negra. Parece que entran en escena para investigar el crimen. Después miramos un poco más y comprobamos que los blancos son los que ocupan los cargos de responsabilidad en esa pequeña comunidad (gobernadora blanca, jefe de policía blanco, etc.) y los negros los que habitan los marginales barrios en los que la vida es otra cosa. Bien. No por repetida, la historia tiene que dejar de ser contada.

Eso es Shots Fired. Una serie que se presenta con un gran tema y un gran problema. El tema, inmenso, es lo de antes: negro/blanco, alguien mata, alguien muere. La historia es la de una herida no curada. El problema es que no acabamos nunca de salir de la maqueta. Que esos personajes no parecen pertenecer al mundo real, sino que sus diágolos, sus comportamientos, sus gestos, parecen sacados de una muestra de muebles de ocasión, de una exposición que nació cansada. No lo tomen a broma porque al final resulta que da un poco de miedo. Una especie de vacío ante tanto artificio. El marco está puesto, la composición podría ser exacta, sin embargo, las escenas se construyen con elementos que no acaban de conectar con la realidad. Ya me entienden. Todo parece puesto ahí a propósito, y como lo notamos, pues ya no tiene gracia. Es difícil sustraerse del recuerdo de la Kalinda de The Good Wife cuando vemos en acción a esta investigadora que de audaz, ingeniosa y, al final, empática, poco tiene. Le han intentado meter un conflicto personal que, lo siento, suena a falso. Al protagonista —del tipo guaperas-musculitos-pero inteligente— le ha caído un conflicto básico que tampoco funciona. Todo remite al cartón piedra y no es que no le hayamos puesto ganas. Lo que ocurre es que hay algo en la historia que se aleja de la realidad aunque la intención sea reflejarla. No ayudan, desde luego, unos personajes tan estereotipados y tan poco interesantes. No es broma. Parece la maqueta de lo que sería una historia, no la historia. Es una serie que quiere contar algo real con muñequitos. Los espectadores tenemos imaginación. A los espectadores se nos engaña fácilmente. Dos premisas ideales que dar a entender que pasamos por casi cualquier cosa. He aquí el problema. No nos metemos en que sea mentira. No somos quién. Otra cosa es que la mentira esté bien contada. Porque tiene que estar muy bien, avisamos, muy bien contada. Tanto, que el decorado tiene que ser mi calle y la maqueta el paisaje que se ve tras tu ventana. Y el conflicto ha de ser nuestro conflicto. En caso contrario, no. por

¿Pero dónde hay un espejo?

SI ALGUNA vez quieren darse un retoque aquí, otro allá, y después otro y otro más, y así, sin final a la vista, les aviso: van a acabar saliendo en DKiss. Porque hay un programa titulado Chapuzas estéticas que pone de manifiesto eso, precisamente. Que algo puede salir no mal, sino muy mal. Hay dos hermanos —en serio— franceses, que iban para físicos y acabaron realizando un viaje en bucle a la mesa de operaciones. Lo que sale de ahí es tremendo. Los Bogdanov. Mírenlo.

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