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De vuelta a la normalidad

UNO SABE que se ha dado por concluida la Navidad cuando los anuncios de antigripales sustituyen a los de colonias en los espacios publicitarios de la televisión y los líos del PSOE regresan a la primera plana de los informativos, síntomas de normalidad que aconsejan retomar esas pequeñas rutinas diarias olvidadas durante las fiestas, como bajar a por el pan en zapatillas o quedar a deber en el bar de la esquina. Con el paso de los años, casi sin darnos cuenta, las trifulcas socialistas se han convertido en una parte esencial del paisaje ordinario de los días en negro, esas fechas anónimas y sin prospecto de uso que nos invitan a abrazar el costumbrismo y dejar a la vida fluir tal cuál es, sin necesidad de aparentar gran cosa.

La pasada semana, casi como un grito desesperado, un grupo de críticos decidió habilitar una sede alternativa a escasos metros de la ya famosa casa del socialismo que, pese a lo que muchos puedan sospechar, no se encuentra en el número 13 de la Rúe del Percebe sino en el número 70 de la Calle Ferraz, en Madrid. Quizás por aquello de que este es un país acostumbrado a aprovecharlo todo, con una cultura gastronómica que ha convertido en arte el reciclaje de las sobras, el escaparate en cuestión amaneció con unos vinilos austeros que anunciaban al viandante sus intenciones. Recuperar el PSOE, decían en clara alusión a la ya célebre frase que Pedro Sánchez utilizó durante una de sus últimas entrevistas. Como era de esperar, la gestora socialista reaccionó con la máxima diligencia y, casi de inmediato, amenazó con emprender acciones legales contra los herejes de la puerta de al lado, nada menos que por usurpación de siglas e imagen del partido.

Más allá de la polémica y sus posibles consecuencias, el nuevo affair de las gentes de la rosa me recordó a uno de los lugares más célebres de nuestra querida Pontevedra, esa maravillosa confluencia de calles en la Praza das Cinco Rúas. A unos pocos metros de la placa que anuncia que Aquí vivió Valle-Inclán, colocada sobre la fachada de la antigua casa del escritor, se encuentra una pintada que se ha convertido, por derecho propio, en uno de los atractivos turísticos más importantes de la ciudad y que nos indica, sin posibilidad de réplica ni desmentido, que Aquí vivió el vecino de Valle-Inclán. La semana pasada comprobé que el grafiti ha perdido su antiguo esplendor y algunas letras apenas se distinguen ya de la mugre común por lo que, aprovechando esta tribuna, me gustaría solicitar a las autoridades pertinentes que se pongan manos a la obra y acometan la restauración de un monumento que apenas necesitó de un poco de spray e ingenio para trascender, una austeridad impactante que se ha convertido en el rasgo más habitual de la cultura pontevedresa desde que Ravachol llamó puta a Doña Emilia Pardo Bazán.

Volviendo al PSOE, se avecinan grandes emociones y tiempos propicios para la ingesta de palomitas y cerveza mientras nos acomodamos en el sofá para contemplar el devenir de los acontecimientos. Está en juego la lucha por el liderazgo del partido y este tipo de conflictos, en especial cuando tienen lugar en el seno de una familia, se convierten automáticamente en carne de literatura y opio para el pueblo, siempre atento a las mejores ofertas de drogas y violencia. La pelea se presenta desigual pero interesante, con una supuesta lideresa que se niega a desvelar sus cartas frente a un príncipe en el exilio que pone las suyas sobre el tapete mientras asegura ser un genio del dominó. Se habla, incluso, de una tercera vía, como si al barco no le sobrasen agua y grietas en el casco.

Mientras tanto, sus rivales políticos siguen a lo suyo. Mariano Rajoy camina con prisa por la Ruta da Pedra e da Auga, en Armenteira, cada día más en forma y dominando la situación del mismo modo que el Real Madrid gana Copas de Europa: sin jugar a nada. Albert Rivera sigue ofreciendo pactos, un no parar de pactar, convencido de que los españoles valorarán su empeño por llegar a acuerdos y un pelo cada día más lustroso y abundante, lo que lo convierte en una mezcla entre el Bono socialista y Bono, el de U2: el centrista perfecto. A Pablo Iglesias, por su parte, lo hemos visto abrazado a un tronco de madera, hablando con él, acariciándolo… Esperábamos algo semejante desde que vimos a Nicolás Maduro charlando con un gorrión, pero el modo en que Iglesias mecía al tronco en sus brazos, el cariño con el que lo acunaba, me pareció una metáfora entrañable y perfecta: el padre y la pequeña España al calor del fuego. Veremos que sucede cuando la niña crezca e Iglesias se debata entre darle una hostia a tiempo o meterla en un internado.

El orden ha regresado a nuestras vidas. La rutina está de vuelta para aliviar nuestras penas y alejarnos, por fin, del hastío navideño de las buenas intenciones, las sonrisas impostadas y celebraciones familiares instrumentalizadas. Otra vez podemos dar rienda suelta a nuestra sed de mal, como en aquella famosa película, sin ningún tipo de imposiciones ni cortapisas morales que nos obliguen a parecer mejores personas ni demostrar virtudes que no atesoramos. Nos motivan las desgracias, especialmente las políticas, es justo reconocerlo. Y es que, como decía la famosa filósofa italiana, Laura Pausini: "El mal es cosa lógica por su normalidad. Es como las promesas: mañana ya ninguna se mantendrá más quién se salvará".

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