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Una cartilla de racionamiento

PODRÍA HACERSE un reportaje diario para analizar la fluctuación de las listas de espera que hay en Pontevedra para conseguir la vacuna contra la meningitis B. Las cifras, como en los buenos tiempos de la Bolsa, no paran de subir.

Las vacunas empezaron a dispensarse el 1 de octubre y no ha habido ni un solo instante en todo este mes en el que el suministro del medicamento haya satisfecho la demanda de las familias. La meningitis nos ha transportado a otra época. Porque seguramente esto sea lo más aproximado a una cartilla de racionamiento que algunos viviremos. O al contrabando, cuando los padres cruzaban la frontera con Portugal para agilizar los trámites. O a los tiempos de los abortos en Londres, cuando acudían al único centro de la provincia que ponía la inyección, el Sanatorio Concheiro de Vigo, buscando el sistema por la puerta de  atrás.

Por eso el suministro es un problema, pero la raíz procede de la exclusión de la vacuna del calendario subvencionado por el Sergas. La medida ha colocado a los progenitores en una disyuntiva tremenda y perversa: pagar ya la vacuna de su bolsillo o esperar a ver si la Xunta se hace cargo en un plazo breve y escucha las recomendaciones de la inmensa mayoría de los pediatras.

Si usted tiene una posición mínimamente acomodada la decisión parece sencilla. Las complicaciones llegan cuando no es así. Cada dosis cuesta 106,15 euros. Los lactantes de dos a cinco meses necesitan tres dosis y una de refuerzo, los lactantes de seis a 23 meses necesitan dos y otra de refuerzo, y los niños de dos a diez años y los mayores de once requieren dos también. Hagan cuentas. En una familia normal de dos hijos, la factura se va a más de 400 euros. ¿Pueden asumirlo unos padres que difícilmente llegan a fin de mes? Eso, claro, si no tenían a su pediatra en Monte Porreiro, donde durante tres semanas no se recetó la vacuna, una situación que solo se pudo modificar cuando este periódico investigó lo que ocurría.

Pienso en todo esto cuando imagino el drama de los padres de Boiro que perdieron a su hijo por meningitis el domingo. Es muy difícil que pase algo, afirman los descreídos. Bien, pues a esta familia le pasó. Ellos esperaban, ya fuera por la inclusión en el calendario de vacunas o debido a la dichosa cartilla de racionamiento. Ya no les hará falta esperar más. El domingo acudirán a una manifestación en Santiago de la ‘'Plataforma Ciudadanos por la Salud, Vacuna Ya’' y harán unas declaraciones seguramente desgarradoras y cargadas de reproches, pero su hijo ya no volverá.

¿Les parece anecdótico? Uno de los criterios a través de los que medir la importancia de una noticia es la proximidad, tanto la física como la mental. ¿Entienden? Lo que quiero decir es que Boiro está ahí al lado, que aún recuerdo los casos de un niño de Portonovo y una niña de Pontevedra que fallecieron en 2007 y en 2008, y que, en resumen, esos padres podrían ser ustedes.

La sanidad pública no era esto. La sanidad pública era otra cosa. Los tiempos ahora son diferentes, posiblemente del siglo XIX. ¿Exagero? No me refiero a la cobertura sanitaria, que es mejor que nunca, sino a que esa cobertura no es la mejor posible y a que la filosofía del modelo se está pervirtiendo con la recuperación de usos habituales en otros países y en otras décadas.

Ahí está el gesto de Amancio Ortega, que ha financiado con 17 millones de euros la adquisición de 16 mamógrafos digitales fundamentales en la detección precoz del cáncer de mama. Me parece perfecto por parte de Amancio Ortega, pero la sanidad pública gallega no puede depender de la filantropía de un millonario. Ese sistema supone cambiar la financiación: de los impuestos a la caridad. ¿De verdad queremos esto? ¿También le vamos a pedir a Amancio Ortega que pague las vacunas de la meningitis de las familias pobres? ¿No tienen derecho ellas el tratamiento? Nuestro sistema sanitario es la envidia del mundo, sí, pero convive con estas cartillas de racionamiento, con este estraperlo y con una medicina que no todos pueden pagar. Lo dijo el jueves una madre consultada por este periódico: "Es una vergüenza". Y yo no lo podría decir mejor.

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