Opinión

El monte rentable no arde

Los incendios han dejado en Galicia paisajes desoladores

La geografía del fuego en Galicia está definida, siempre al margen de grandes explotaciones

FRENTE AL pesimismo de la razón, el optimismo de la voluntad. El aforismo mil veces atribuido al italiano Antonio Gramsci tiene esta semana su particular vigencia en Galicia. Las miles de hectáreas calcinadas por el fuego representan el triste sustrato colectivo sobre el que debemos poner en valor el monte y el sector forestal. La razón nos dice que volvemos al lamento, a la crítica por la falta de medios y la improvisación, y a las acusaciones de la oposición. La voluntad debe llevarnos a gestionar bien el monte, a invertir y profesionalizarlo allá donde todavía no lo está, a ordenarlo, y a limpiarlo. Ya no por las cuatro víctimas mortales del domingo negro, sino por las 80.000 familias que en Galicia cada año reciben una renta por las cortas de madera, cuya venta genera unos 300 millones anuales. Porque el monte rentable no arde. Hay que seguir la pista del dinero.

El mismo domingo que el sur de Galicia ardía de forma virulenta y descontrolada, en el norte, dese el Eume a Ribadeo, pasando por Ortegal y toda A Mariña, con temperaturas también por encima de los treinta grados, calor sofocante y humedad relativa por los suelos, ni un foco se registró.

Son cientos las variables que explican los incendios, pero bastan muy pocas para reflejar la importancia económica del sector forestal, directamente proporcional a la escasa incidencia de los fuegos. Esto va por barrios. Triste. Es suficiente con repasar el más básico mapa de cortas, de los que maneja la patronal maderera gallega, para extender una mancha que ocupa todo el norte de Galicia, y también incluye grandes zonas del sur atlántico. O consultar, por municipios, las compras que realizan las grandes del sector, como puede ser el caso de Ence, tan criticada. Pues bien, si se atiende al volumen en euros de las compras de madera de la compañía, la geografía se repite. Destacan, entre otros, los concellos de Alfoz, Burela, Oroso, Ortigueira, San Sadurniño, Trabada y Viveiro. A no mucha distancia se encuentran Cervo, Irixoa, Lourenzá, Ourol, Oza dos Ríos y Ribadeo. Es un mapa ajeno, prácticamente, al fuego .

Dejando a un lado Ence y sus eucaliptos, ¿dónde tiene Finsa, uno de los líderes europeos de la madera, sus explotaciones forestales, más allá de sus fábricas? Pues en la provincia de A Coruña se incluyen As Pontes, As Somozas, Frades, Vilasantar, Sobrado, Ames, Brión y Negreira. En Pontevedra solo cuenta con explotaciones directas en un municipio: Dozón. Y en Lugo, cuatro fincas repartidas por Vilalba. El mapa, en este caso de unas mil hectáreas, encaja en ese atlas ajeno a la actividad incendiaria. El monte más rentable. Otra vez.

Y a la inversa, son unos cincuenta municipios los que arden prácticamente todos los años. Lo dice el Plan de Prevención e Defensa Contra os Incendios Forestais de Galicia, que indentifica 73 parroquias repartidas por 46 municipios en las que los incendios se reproducen año tras año. El domingo negro unos 17 de esos 46 municipios que figuran en el Pladiga como zonas de alta actividad fueron una vez más pasto de las llamas.

Profesionalizar la actividad y ordenar el monte. Ese parece el objetivo. A todas luces. Porque, además, hará más fuerte a un sector productivo clave para la economía y devolverá a Galicia al liderazgo del ránking nacional de exportaciones de madera, sin contar con la destinada a pasta de papel, como lo fue en 2014. Todos los actores implicados en el sector forestal generan unos 20.000 empleos directos al año, con unas ventas de casi 3.000 millones de euros.

Galicia tiene una oportunidad el próximo año. La creación de la Axencia da Industria Forestal de Galicia lleva implícito todo un cambio de rumbo en las políticas públicas orientadas al monte. Es una ocasión extra. Y es que hasta ahora, los recursos destinados al fomento del sector forestal y las políticas de prevención de incendios estaban bajo la misma órbita, en Medio Rural. Consecuencia: la Xunta quemó durante años en extinción parte del presupuesto que estaba previsto destinar a políticas forestales. Lo ha denunciado hasta el Consello de Contas. A todo ello hay que añadir que el Plan Forestal de Galicia actualmente en vigor fue diseñado por el Gobierno de Manuel Fraga nada menos que en 1992. Y así seguimos.

Son muchos los retos de ese monte que debemos poner en valor, pero también las amenazas, siempre silenciosas. Juan Picos, uno de los mayores expertos, lo denuncia por activa y por pasiva: la estructura de la propiedad, el proceso de abandono y el envejecimiento de la población emergen como un cóctel explosivo. Y alude a un «cambio social» de enorme alcance en el campo gallego que tiene en los incendios una de sus más atronadoras consecuencias.

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