Opinión

Pelea como una niña

POR CADA vez que un adulto, adolescente o niño pronuncia la frase "peleas como una niña" una niña le está dando un sopapo a su compañero de pupitre porque le acaba de tocar el culo o de levantar la falda. Y muchas niñas, adolescentes y mujeres, están peleándose en sus familias, en sus empresas o en sus sociedades, para conseguir tener los mismos derechos e iguales oportunidades que los varones. Pese a todos los techos de cristal, en España no lo debemos estar haciendo tan mal si el 60 por ciento de las universitarias son mujeres.

Empastilladas seguimos aprendiendo que nunca vamos a dejar de pelear


Porque si alguien sabe de pelear permítanme que les diga que somos las mujeres, que aprendimos a pelear arrancándoles la cabeza a la Barbie como primer símbolo de lucha contra el patriarcado, para seguir haciéndolo cuando nos vino la regla y tuvimos que enfrentarnos, cada mes, a los dolores y las vergüenzas en el baño del instituto. Lo aprendimos diciéndole a la profesora de gimnasia que nosotras podíamos jugar al fútbol, y diciéndole a aquel chico que "no" cuando pensábamos que ya era demasiado tarde y teníamos que hacer lo que él mandase. Aunque muchos nos llamasen calientapollas al día siguiente. Lo aprendimos por no haber estudiado todas una profesión de cuidados o de estética, con lo difícil que era después de habernos pasado toda la infancia cambiando pañales, dando biberones y maquillándonos como Maruja Mallo gracias a juguetes que vendían en el Toys R Us. Lo aprendimos al sabernos objetos sexuales incluso en la facultad, cuando todavía seguían las listas sobre el mejor culo, la cara más guapa y las chicas a las que ellos no se follarían ni con un palo. Lo aprendimos cuando tuvimos que ir a trabajar como becarias mientras los compañeros se rifaban a cuál se follaría cada uno. Lo aprendimos la primera vez que nos preguntaron si íbamos a tener hijos en una entrevista de trabajo. Lo aprendimos cuando nuestro jefe, o nuestro médico, nos llamaba cariño. Lo aprendimos cuando abortamos en silencio. Quizá después de una violación de la que nos creíamos responsables porque íbamos borrachas. Lo aprendimos cuando fuimos madres y seguimos trabajando, quintuplicando nuestras horas de trabajo. Lo aprendimos cuando nos recetaron 0,5 de Lorazepam tres veces al día y nos dijeron, sin decirlo, que estábamos un poquito locas. Nos lo dijo el mismo médico que nos llamaba cariño, que nunca se tuvo que pelear por ser hombre y que, además, tiene el plato puesto cuando llega a casa. Empastilladas seguimos aprendiendo que nunca vamos a dejar de pelear. Romperemos el techo de cristal, aunque nos partamos la crisma.

El principal problema que tienen las niñas en el mundo es que no se las deja ser niñas


El 11 de octubre se celebró el Día Internacional de la Niña, un día para destacar que el principal problema que tienen las niñas en el mundo es, precisamente, que no se las deja ser niñas. Se estima que casi 800 mil niñas de entre 10 y 14 años dieron a luz en 2016. El porcentaje de niñas casadas antes de los 15 llega hasta el 24% en algunos países del mundo. En México, una de cada cinco mujeres contrae matrimonio antes de los 18 años. El 23 por ciento de las niñas de entre 13 y 17 años han sufrido violencia sexual. Tres millones de niñas en el mundo han sufrido mutilación genital y, la mitad, están sin escolarizar. Entre los 15 y los 19 años la primera causa de muerte son las complicaciones derivadas del embarazo y el parto y la segunda, el suicidio. En el África subsahariana, por ejemplo, el matrimonio infantil es el principal factor de desigualdad en el acceso a las oportunidades de salud reproductiva y de educación. Las niñas y las mujeres son las principales víctimas de la trata para explotación sexual.

Todas las que nos creemos afortunadas no podemos olvidar que sigue habiendo muchas niñas que tienen que pelear para que no las violen, para que no las casen, para que no las maten. Para estudiar. Peleemos por ellas y peleamos por conservar los derechos fundamentales de las mujeres que, como Alberto Ruiz Gallardón, a veces desaparecen.

Y aunque nacimos para pelearnos, muchas dejamos de hacerlo cuando el amor romántico nubló la vista de la niña convertida en mujer, y el patriarcado vio en nosotras su más servil esclavo. Dejamos de pelearnos con los chicos cuando nos empezaron a gustar, y entonces, para nuestra desgracia, empezamos a pelearnos con las chicas. Conclusión: si las mujeres nos quisiésemos tanto como queremos y hemos querido a los hombres, el mundo sería un lugar mucho mejor para nuestras niñas. Hagámonos a todas el favor de seguir peleando como la niña que llevamos dentro.

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