Opinión

El lenguaje moderno

No sé si estaré usando algunas expresiones 'por encima de mis posibilidades'

UN VERANO de hace años, antes de viajar a un país... a otro país (iba a escribir exótico pero no creo que realmente lo fuera porque tenía wifi omnipresente, cosa que, ya se sabe, lo acerca todo) entré en un bucle internáutico que empezó en mi casa, siguió en tránsito y continuó en destino.

Me refiero a ese fenómeno de búsqueda frenética e insistente, al delirio de creer que la información más útil está siempre en la siguiente página del Google, cuando se apodera de ti el espíritu de un yonki insatisfecho. Una búsqueda complicada no es un bucle internáutico, ni abrir diez pestañas de nada, ni media hora perdida. Hablo de obsesión, de acabar en páginas en idiomas desconocidos (no por no saber hablarlos sino por no reconocer cuáles son), de ser completamente incapaz después de desandar los pasos, de sospechar que alguien te está racaneando los datos clave. El objeto de mi interés eran entonces las chinches.

Todo empezó de forma modesta, con la lectura desganada de una guía en la que se advertía de que muchos hoteles de ese lugar, muchísimos, tenían chinches. En brillantes salas de espera aeroportuarias, bajo sombrillas de paja, dentro de trenes renqueantes, leí los horrores de las viviendas infestadas, de las familias que tuvieron que quemar muebles y recuerdos, los objetos de una vida. Yo no sé cómo explicar qué me dio, pero me dio. Encendí mil veces la luz antes de dormirme porque, por lo visto, es la única forma de 'sorprenderlas' y verlas al fin. Di por saco con el interruptor durante tres semanas. Jamás vi alguna ni sufrí su picadura. Volví inmaculada.


Cada expresión chusca se quedará en barbecho


Como de un bucle internaútico no se sale nunca indemne las chinches aún me preocupan. No mucho. Digamos que las tengo en cuenta. Que no vivo de espaldas a ellas, vamos. Por eso adquirí una costumbre preventiva que sigo a rajatabla: libro de segunda mano que compro, libro que congelo. Este encaje de la novela amarillenta entre bolsas de guisantes hace mucha gracia a mis amigos pero a mí me tranquiliza saber que ningún libro será el caballo de Troya entomológico que acabe conmigo.

Ahora mi obsesión, porque siempre hay alguna, es el lenguaje moderno, las coletillas del momento, que me agotan. Las uso sin querer y a veces me muerdo la lengua a media frase, como si hubiera desvelado un secreto. Miren si son desagradables. Usamos el lugar común 'por encima de nuestras posibilidades'. Somos repetitivos 'no, lo siguiente'. Cansinos 'como si no hubiera un mañana' porque 'lo damos todo'. Pesados hasta límites... ¿que cómo son los límites? 'Insospechados', qué pregunta. Algunas vidas, 'trepidantes'; los marcos, 'incomparables'; las fiestas tienden a resultar 'todo un éxito de convocatoria'.

A menudo el problema de escuchar, de leer, de seguir la vida contada por otros, de contársela a una misma, está en las formas. No me gustan los paquetes vacíos, el merengue que llega epatando y luego no tiene núcleo, pero no sé si le estaré cogiendo especial manía, una manía de esas de gusano, que te deja el espíritu lleno de túneles que no van a ninguna parte, a decir las cosas mal, con cutrerío y vagancia, tirando de esa cosa fácil que es el hablar de ahora.

Como el asunto es ya un pájaro carpintero dentro de mi cabeza, pica que te picarás, le daba vueltas el otro día mientras cocinaba. Cuando abrí el congelador y vi a A.M Homes bajo unas gambas dos obsesiones independientes se me fundieron y tuve una revelación: al lenguaje moderno lo congelo y a ver cómo sale de la nevera.

Cada expresión chusca se va a quedar en barbecho una temporada, entre el hielo de gasolinera. Si al sacarlo de la bolsa zip puedo usarlo sin que me dé la risa, adelante. Si no, la tiro y me olvido, no vaya a ser como una chinche conquistadora y lo contagie todo, acabando con el armazón con el que me explico, que no es mucho pero es algo.

En fin, que quiero averiguar si a mí este lenguaje moderno realmente 'me representa'.

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