Opinión

Pontevedra y sus mascotas

LA NUESTRA es la ciudad ideal para meter en la familia a una o dos mascotas, o eso creíamos. Nosotros, en mi casa, tenemos a dos: Pancho y Toxo. El primero era un perro abandonado y tremendamente maltratado, temeroso, acomplejado y cargado de traumas. Toxo, el otro, era carne de sacrificio cuando lo adoptamos. A uno y al otro los acogimos por muchos motivos: uno de ellos, que creíamos que ésta, la ciudad de las personas y de los niños, con tanta zona verde y tanta zona de paseo, se prestaba para ello.

Pontevedra es una ciudad modélica en muchos sentidos, pero a medida que el modelo ha ido avanzando ha dejado huecos: uno de ellos es el de las mascotas. Tanto nos hemos preocupado de las personas, recuperando justamente los espacios que nos arrebataban los coches, que por el camino nos olvidamos de los perros, condenados a no disfrutar de la ciudad, a vivir los espacios públicos atados a una correa.

Cuando adoptamos a Pancho y a Toxo lo hicimos, decía, por muchos motivos: por humanidad, no tanto mía como de mi hija, mi hijo y mi señora. Entre otras cosas, porque desde el Concello se anima a la población a adoptar. Luego, cuando nos dimos cuenta, los pobres animales, miembros de la familia de pleno derecho, ciudadanos de esta ciudad a pesar de su condición de cuadrúpedos sin derechos, se encontraban sin espacios para vivir o disfrutar de la ciudad.


En Pontevedra hay más de 12.000 perros. Es la ciudad de toda Galiza que más perros tiene en relación a su población


Hay una especie de pacto no escrito según el cual en determinadas zonas y a determinadas horas los dueños de los perros los sueltan: por donde yo vivo, se hace en Campolongo, en el Gafos y en el parque de Amalia Bóveda. Pero con la normativa en la mano eso está prohibido, y así debe ser. Un niño no tiene por qué asustarse si se le acerca un perro; un anciano que se sienta en un banco no tiene por qué sufrir la presencia de un animal oliéndole los huevos. Ello sucede por una simple razón. El Concello nunca ha atendido la demanda de los propietarios de los perros, quizá porque nunca lo han pedido a gritos, ni han montado manifestaciones o barricadas. Se quejan entre ellos.

En Pontevedra hay más de 12.000 perros. Es la ciudad de toda Galiza que más perros tiene en relación a su población: 146 perros por cada mil personas. Uno por cada siete u ocho habitantes. Una barbaridad. Más de 12.000 perros que no tienen espacios donde correr o jugar. Si usted me da un plano de Pontevedra le señalo en cinco minutos una docena de lugares donde se pueden acotar espacios cerrados para que los perros disfruten de su ciudad como hacemos sus dueños. No hacen falta pipicanes, ni dotar a esos lugares de ningún tipo de servicio. Únicamente una valla de madera que cuesta cuatro pesetas y ya. Varios espacios cerrados donde los perros puedan formar parte de las vidas de las personas sin entorpecerlas ni incomodarlas. ¿Por qué no se hace? Ni idea. No soy Pilar Comesaña ni soy el alcalde, pero si lo fuera tendría en cuenta a esos 12.000 seres que conviven con nosotros castigados a pasear encadenados.

Supongo que también será cosa de la oposición. El PP llevaba en su programa habilitar un espacio en el Gafos para solaz de las mascotas. Tampoco es que eso fuera gran cosa, y lo cierto es que esa promesa ayudó a Moreira a perder cuatro concejales en el mayor desplome que se ha vivido en la ciudad desde lo de la UCD. Pero es verdad que al menos en eso tenía razón, aunque sólo fuera en eso y aunque se quedara corto.

Lo que Pontevedra necesita no es un espacio para sus 12.000 perros: son cinco, seis o siete. Los perros no son niños, pero una ciudad como la nuestra, llena de parques para niños, bien podría tener unos pocos parques para perros. No podremos presumir de ser una ciudad modélica mientras no tengamos en cuenta a nuestros perros, aunque no voten. A fin de cuentas sí lo hacen sus propietarios.

El modelo de Pontevedra, justamente admirado y premiado, tiene lagunas que se han ido incrementando a medida que la propuesta de Lores se fue desarrollando. Ésta es una de ellas, quizá la mayor; otra podría ser la convivencia entre peatones y ciclistas, algo en lo que alguien tendrá que ir pensando antes de que se convierta en un problema serio.

Mientras tanto, aunque sea con retraso, tampoco pasa nada si reconocemos una carencia y la resolvemos. Tenemos el Canil, el único parque para perros de toda la ciudad, pero ése no cuenta porque queda en los confines del universo. O se va en coche, algo que precisamente es contra lo que luchamos en Pontevedra, o no se puede ir. Me gustaría que algún concelleiro haga la prueba de llevar a un perro allí una tarde lluviosa de febrero.

Algún día, los 12.000 propietarios de perros se presentarán en el Teatro Principal durante un pleno y recordarán que si tenemos la mayor población canina del país es porque creíamos que la ciudad con el mejor modelo de Galiza sabría ocuparse de todos sus habitantes, mascotas incluidas.

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