Opinión

Bonita

WÜNDERBAR SUBURBIA, pelo rubio muy corto, mirada inquietante, incontables tatuajes, piercings y dilataciones extremas, cuerpo escultural, desnudez y sesiones bondage retratadas bajo una perspectiva artística. Si entras en su Instagram es probable que te pases varios minutos recorriendo su galería, desarmado ante la fuerza bruta de su sexualidad, incómodo en ocasiones, y definitivamente seducido por la belleza de un cuerpo que no renuncia a la libertad de su alma.

Detrás de este perfil virtual que acumulan más de 8000 seguidores, se esconde Ana María Plesia. Una joven de 24 años, actualmente residente en Vallecas, que llegó a España desde Rumanía cuando solo tenía diez acompañada por su madre y su hermana. Catorce años después, Ana se ha hecho hueco como modelo alternativa y bailarina de la escena underground de Madrid, y ha trabajado con reconocidos fotógrafos, diseñadores y hasta con artistas como Fito y Fitipaldis o Paco León.

Aunque lo que sueña Ana es «entrar en la universidad para estudiar antropología», dice su amiga Sara Cañas, 24 años también, también tatuada y también empoderada. Con ella Ana compartía fotos y muchos mensajes de amor en las redes sociales. Se conocen desde los 17. Pero a Ana no le gustaba la fiesta. En lugar de eso, cuando quedaban, se iban a patinar, acudían a conciertos, charlaban en bares chulos donde tomaban café o hacían noche de chicas en su casa. A Ana le gustaba moverse por el Retiro, Malasaña y su Vallecas. Sara dice que nunca paraba quieta, no se quejaba, era dulce y atenta y muy entregada a los demás. «Siempre ha estado ahí cuando la hemos necesitado».


Wunderbar Suburbia es una joven de 24 años, que llegó a España desde Rumanía con diez


En verano de 2015 Ana, la deportista e inquieta Ana, empezó a encontrarse mal. Dolores de cabeza continuados, mareos, inexplicables cefaleas que iban acompañadas de visión borrosa y pequeñas pérdidas de memoria. Los síntomas, cada vez más fuertes, hicieron que Ana visitase en varias ocasiones las urgencias del Hospital Infanta Leonor. En cada una de las visitas a Ana no se le practicó ninguna prueba de diagnóstico por imagen. ¿El diagnóstico? Migrañas, herencia de su madre. Ana siguió tirando sin quejarse mucho, haciéndose fotos, patinando, viviendo. El 30 de diciembre de 2015 era un día importante. Ana quería mejorar su sonrisa y su vista, ésa que inexplicablemente le fallaba. Ana fue a ponerse los braquets (ortodoncia) primero, y después se fue al oculista a graduarse las gafas. Lo que vio el oftalmólogo a través de sus preciosos ojos verdes fue la crónica de una negligencia médica: Ana tenía un papiledema bilateral, resultado de una gran presión ejercida sobre el nervio óptico. El oftalmólogo la derivó de inmediato al Gregorio Marañón.

A un día de que terminase el año, Sara le escribió a su amiga para ver cómo se encontraba. Ana respondió «estoy en el hospital, tengo un tumor en el cerebro». El TAC que le realizaron indicaba que en el interior de la cabeza de Ana había crecido a sus anchas un astrocitoma hipotalámico durante varios meses. Demasiados. Sara dice que no recuerda mucho de aquel día porque se puso muy nerviosa, pero que Ana la tranquilizó porque le aseguraron que el tumor era de naturaleza benigna. Fue intervenida de inmediato para colocarle una válvula de derivación que drenase el líquido que comprimía su cerebro, y cuatro vez más, por problemas con la válvula. Nunca se le intentó extirpar el tumor porque, por su localización, en el centro del cerebro, con ramificaciones tocando zonas críticas, era muy peligroso.

Ana recibió radioterapia y quimioterapia para reducir el tamaño del tumor, pero no funcionó. También grandes dosis de corticoides para reducir la inflamación cerebral, que hincharon su cuerpo. En los últimos meses la salud de Ana sufrió un importante deterioro físico y cognitivo. Sara dice que no era capaz de controlar su apetito, no recordaba cosas simples y sus limitaciones empezaron a afectarle emocionalmente. Sin embargo, tras las recaídas, Ana remontaba, volvía a casa y seguía compartiendo fotos de sesiones antiguas, y ni ella ni su familia pensaron que su vida corriese peligro.


Desde hace unos días Ana permanece ingresada en el hospital Gregorio Marañón


Desde hace unos días Ana permanece ingresada en el hospital Gregorio Marañón en un estado de completa dependencia, encamada, y acompañada por su madre y su hermana que tuvieron que dejar sus trabajos para encargarse de ella. El lunes pasado, los médicos les recomendaron trasladarla a una unidad de cuidados paliativos porque no había una solución a su caso. El mundo se les echó encima. La hermana de Ana se rebeló, y junto a sus amigas y amigos empezaron una compaña en las redes sociales buscando ayuda. No estaban dispuestos a rendirse. Ingresaron en sus cuentas de Facebook e Instagram y dieron a conocer su situación a sus miles de seguidores. Subieron fotos de Ana y mensajes de socorro. Su objetivo era una segunda opinión médica. Con los mejores. La situación económica de la familia es límite y no podían llevar a Ana a ninguna clínica privada. La oleada de solidaridad no se hizo esperar. No sólo en forma de dinero, sino a través de la organización de múltiples eventos y subastas y también con recomendaciones y consejos de varios especialistas que se interesaron en su caso.

Ellas pasaron sus informes médicos y ellos les ayudaron a encontrar varios ensayos clínicos para intentar que Ana pueda disfrutar de tratamientos experimentales. Gracias a la ayuda de los internautas pudieron asistir a una cita en la prestigiosa Clínica Anderson de Madrid. La semana que viene tenían previsto ir a la Fundación Jiménez Díaz. Sara me repetía lo agradecida que estaban por las ayudas, por el número de visitas que tenía Ana y los mensajes de cariño. "Dan mucha fuerza". Al cierre de esta edición, después de la esperada consulta en la Clínica Anderson, recibí una llamada de Sara.

Había ido a la consulta con la hermana de Ana. Tuvieron que escuchar lo que no querían. Lo que los cientos de personas que seguimos su historia no queríamos. Ana se va. Sara contenía el llanto al otro lado del teléfono pero hablaba con una madurez impropia de una chica de 24 años. No paraba de insistir en cómo cuidarían ahora de la madre de Ana. De que iban a donar el dinero recaudado a la asociación de Bomberos que ha ayudado a la familia. Y un poco "para ponerle flores bonitas en la habitación".

Durante estos días Sara me dio una lección de madurez. Le dije que se llamaba como mi madre. Y ella me dijo que 'wunderbar' significaba bonita en alemán.

Ana escribía en una de sus publicaciones bajo una en que salía haciendo gimnasia "Break your back you only have one life" (Rómpete la espalda, solo tienes una vida). Ojalá todos la vivamos con gente que luche a brazo partido por nosotros.

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