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La falda de María Lorena

Hay quien corre por competir, por salud o por superarse a sí mismo, razones igualmente válidas para no hacerlo


SOY UN gran aficionado al deporte. Específicamente, a verlo. En un momento dado, puedo tragarme cualquier cosa, encontrarme pasmando delante de la tele con cualquier competición, muchas veces incluso a costa de esforzarme por entender las reglas, o incluso sin esforzarme en absoluto por entender nada.

Para esta actividad tan exigente vale cualquier deporte, me da lo mismo, no he practicado ninguno desde que descubrí los vicios. Cualquier vicio, en eso tampoco soy selectivo. La Fórmula 1, por poner un ejemplo de afición espontánea y reciente, reúne buena parte de aquello que en realidad me importa un pimiento: la velocidad, los coches, la precisión, la repetición, las órdenes de equipo, el triunfo de la máquina sobre el hombre... Todo junto forma una combinación perfecta para mantenerme anclado al sillón y es la excusa perfecta para posponer cualquier obligación inaplazable que tenga en ese momento.

Eso es fundamental para mí en el deporte, que lo que esté pasando me importe tan poco que me permita perder el tiempo sin alteraciones, poco dado como soy a aprovecharlo y de acentuada tendencia al amodorramiento. Que sea solo ruido, como la radio cuando cocinas, ese ruido que acompaña y que te alivia los pensamientos.

Ahora, como todo el mundo, me he hecho gran aficionado al atletismo. Lo tengo fácil, vivo en la Ronda de la Muralla y cada domingo la calle y el adarve se me llenan de gente corriendo. Incluso gente normal, aparentemente. De todo veo pasar desde mi ventana. El domingo pasado, sin ir más lejos, un medio maratón, no les miento. De todo, ya digo, no se hacen una idea de cómo están las cabezas.

Me hubiera encantado ver pasar bajo mi ventana, entre toda esa gente en mallas y corpiños fosforito, entre ese desfile de zapatillas ultramodernas, barritas energéticas, bebidas con sales y medidores de pulsaciones, la preciosa falta estampada con topitos de colores de María Lorena Ramírez, sus sandalias con suela de neumático y su enorme pañoleta naranja al cuello, como si en lugar de ir a correr una carrera llegara tarde al oficio religioso de su aldea.

No he practicado ningún deporte desde que descubrí los vicios. Cualquier vicio, en eso tampoco soy selectivo

María Lorena tiene 22 año y es una indígena mexicana de la comunidad tarahumara. En la foto que han publicado en el sitio de Facebook Que todo Tehuacán se entere aparece en lo alto del podio, con cara de aburrida, de esto tampoco es para tanto, flanqueada en los cajones dos y tres por dos chicas con aspecto de atletas y cara de felicidad, de supersatisfechas de sí mismas.

Son las primeras clasificadas de la carrera UltraTrail Cerro Rojo, una prueba de 50 kilómetros que el pasado 29 de abril reunió a más de 500 atletas de doce países en la localidad mexicana de Puebla. Allí, cuentan los organizadores de la competición, se presentó María Lorena después de más de dos días de viaje por carretera desde su comunidad, en la Ciénaga de Norogachi -todo en esta historia parece mágico, hasta los nombres-, se puso la camiseta que le dio la organización y una gorra, se puso la pañoleta al cuello y paseó su falda y sus sandalias durante 50 kilómetros a la carrera, mientras adelantaba una tras otra al resto de atletas. No puedo ni imaginar sus caras de incredulidad cuando veían cómo las pasaba, con aquella falda de topos al vuelo. Para ganar la prueba necesitó además un botellín de agua y una pasta de maíz que es la base de la dieta de su pueblo.

No venía María Lorena, sin embargo, sin preparación. Traía bajo su falda tradicional los genes de su gente, los tarahumara, que la noticia publicada en Verne aclara que son indígenas también llamados rarámuri, nombre que viene de las raíces "rara", que significa "pie", y "muri", que significa "correr". Es decir, el pueblo de los "pies ligeros" o los "corredores a pie". En la última ultramaratón de Chihuahua, la chica se presentó a correr con su padre y tres hermanos, y todos ellos quedaron entre los primeros.

"Lorena se dedica a cuidar su ganado: tiene vacas y chivas, entonces camina entre 10 y 15 kilómetros diarios con los animales", cuenta su hermano Mario en la misma noticia. Su motivación, "no perder" y "no tener hambre".

No tener hambre es una buena motivación, para correr y para cualquier cosa. No tener hambre es más importante que ganar, que participar o incluso que superarse a uno mismo, las motivaciones habituales de los que suelen pasar por debajo de mi ventana. Incluso más importante que tener ruido en la cabeza para no escucharte, que suele ser la mía cuando los miro pasar.

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