Opinión

Es de tu cabeza de la que me enamoré

Juzgamos las relaciones sentimentales de los demás pensando siempre mal y olvidando situarnos en ese lugar

EMMANUEL MACRON es el nuevo presidente de Francia. Poco sabemos de su proyecto político si no rebuscamos en la sección de internacional de los periódicos, poco o casi nada de sus estudios académicos, de su trayectoria profesional hasta llegar a ser presidente… Mucho sabemos, sin embargo, de su relación sentimental, de su historia de amor, de su mujer Brigitte.

De esto último lo sabemos todo, de hecho, si uno pone Macron en un buscador de internet, varias entradas guardan relación con su vida íntima y con la de su mujer, claro, que a estas alturas ya sabemos que es mayor que él, que era su profesora, que ella dejó a su marido, que tiene tres hijos que tienen edades similares a la de Macron y que tiene siete nietos.

Ilustración de MacronEn este punto, ya hemos leído comparativas entre los Macron y los Trump, ya hemos reflexionado todos (o eso se espera) acerca del machismo imperante, de la necesidad de destacar siempre el papel de una mujer por ser mujer, por ser mayor y por estar con un hombre más joven. Hemos llegado a distintas conclusiones, todas basadas en el continuo cuestionamiento a la mujer, y en la poca memoria que tenemos para las mismas situaciones masculinas: léase Trump o Berlusconi. La vergüenza la hemos pasado ya leyendo algunos titulares que ponían de manifiesto que el patriarcado es el pan nuestro de cada día, que queda mucho por hacer y que desde luego no se nos mide a todos por el mismo rasero. Tras la rabia y la vergüenza, llegó la reflexión, como decíamos, y empezaron a llegar las historias.

Las de enamoramientos de profesores, reina Letizia incluida. Y las historias de amor intelectual se abrieron paso entre el machismo, aunque algunas de estas historias lo llevaban también implícito. Una de estas historias es la de Olga. Olga se enamoró de su profesor cuando ella era una joven adolescente, de 17 años, mientras que él rondaba los 30. Diferencia de edad había, también existía entre los padres de Olga, ella diez años menos que él, pero a esto nadie le daba importancia. Olga y su profesor tuvieron unas cuantas citas fuera del aula, y cuando este hombre ya no le enseñaba nada a Olga, empezaron una relación que duró poco tiempo.

Las circunstancias, la vida, las necesidades… todo jugaba en contra, mientras el amor crecía. Lo dejaron. Cada uno hizo su vida. Olga se casó y tuvo tres hijos. Cuando las cosas no fueron bien dadas en su país, se vino al nuestro, y en España ya separada, siguió pensando en su viejo profesor. El libro de Martes con mi viejo profesor se le aparecía en todos los rincones de su vida y de su cabeza. Cierto es que nunca había dejado de pensar en su profesor. Ni tan siquiera cuando mantenía un matrimonio que no había ido bien desde el comienzo.

Con su profesor la vidaera sencilla, y sobre todo, era apasionante. Las conversaciones eran más que amenas, interesantes, y las miradas que se intercambiaban no las había olvidado nunca. Cuando se enteró de que el viejo profesor, que no era tan viejo, había hecho su mismo viaje a España, se impacientó. Se reunieron en Madrid, se encontraron y se reencontraron, se volvieron a mirar de la misma manera, sus mentes se volvieron a poner a funcionar. Era el suyo un amor intelectual, que iba más allá de la juventud de ella en sus primeros encuentros amorosos, y mucho más allá de una fascinación de ella hacia él.

Era complicidad lo que tenían, era conversación, de esa que ya no queda en muchas parejas. Sucedió entonces que él se tuvo que marchar. Y de nuevo no pudo ser. Y de nuevo se convirtió en un amor que recordar e imaginar. Y entonces Olga se pregunta allí por dónde va, y sobre todo después de leer y escuchar lo de Macron si es tan común como a ella le parece enamorarse de un profesor.

A Olga le parece que todo el mundo se ha enamorado de un profesor o de una profesora alguna vez, porque a Olga le parece que el amor intelectual llega en ese momento de la vida en el que uno tiene inquietudes y necesita más respuestas de las que él mismo puede darse. Pero Olga nunca se planteó si la suya había sido una relación interesada, nunca pensó que la podían juzgar, porque nunca su relación fue pública. Olga no entiende lo que lee y lo que escucha sobre la mujer del presidente de Francia.

Olga no entiende que, a sus 60 años, le estén dando vueltas a algo que ella ya vivió cuando tenía 17. Y Olga se sorprende cuando alguien le dice que jamás se enamoró de un profesor.

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