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Credibilidad por el suelo

Las sentencias contra las cláusulas abusivas en las hipotecas son la oportunidad de revanhca, no hagamos prisioneros

ACABO DE pedir por segunda vez a mi banco una copia de mi contrato de hipoteca. Como no podía ser de otra manera tratándose del documento más importante que he firmado en mi vida —están también el Libro de Familia y el contrato de trabajo, pero esos tienen vuelta atrás—, lo he perdido. En mi línea, yo para estas cosas siempre he sido muy constante, hasta previsible.

Como era previsible, porque en esas cosas siempre ha sido muy constante, el banco me ha dado largas. Por algo relacionado con la digitalización y el almacenamiento, parece que será necesario enviar una expedición arqueológica a no sé qué archivo en no sé dónde. Me pregunto cómo habrán conseguido hasta ahora pasarme a cobro las mensualidades y las actualizaciones anuales sin tener el documento a mano, pero por lo que vamos sabiendo de la banca no me extrañaría que lo hicieran a ojo, porque muy pulcros en las cuentas parece claro que no eran.

Yo tampoco, para qué voy a decir lo contrario. Soy de esos que tienen más intimidad con algún cajero automático que con cualquier empleado de mi oficina bancaria. No por falta de empatía, sino por falta de interés. Así me va con la cuenta, culpa mía.

La repentina implicación me viene de la que se está montando con las cláusulas suelo de las hipotecas, otra estafa consentida que ha saltado por los aires. Hasta ahora ni sabía que existía algo así, y ni siquiera puedo saber si a mí también me la han metido doblada hasta que no consiga esa copia de mi contrato, al parecen oculta en alguna cripta junto con el Arca de la Alianza y la piedra filosofal.


No puedo ahogar el deseo de que me hayan robado como a otros españoles, aunque sea un poquito


Por lo que voy leyendo sobre esta cláusula, calculo, a ojo, que probablemente a mí no se me haya aplicado, porque mi hipoteca y yo ya tenemos los años suficientes como para considerarnos de otra generación. Un pensamiento que en condiciones razonables debería tranquilizarme, aliviar la impaciencia de la espera. Pero ni eso.

Sé que el hecho probable de que mi hipoteca no incluya la cláusula suelo me ahorraría un montón de problemas, trámites e incomodidades, además de evitarme la humillante sensación de haber sido estafado como un pardillo y de haber estado pagando de más durante años. Pero no puedo ahogar del todo el deseo irracional de que no sea así, de que me hayan robado como a otros millones de españoles, aunque sea solo un poquito.

Pienso en mí mismo entrando en el banco, pecho inflado, cabeza alta, estudiada mirada de indignación, sentándome arrastrando la silla ante el primer oficinista indefenso, lanzándole sobre la mesa la hipoteca con la cláusula suelo subrayada con marcador fosforito y reclamando con voz enérgica y un punto de mala educación: "Quiero que me devuelvas lo que me habéis robado, y lo quiero ya o te meto una demanda en el juzgado que te saco hasta las entretelas". Desmesurado, sí, e incluso innecesario, pero para una vez que voy a tener una ocasión así...

A esto en mi pueblo le dicen regar cuando baja agua, y el agua son una sentencia del Tribunal Supremo español declarando nulas dichas cláusulas y otra del Tribunal Superior de la Unión Europea que le enmienda la plana al anterior, que trataba de limitar la devolución del dinero cobrado de más, en lo que era exactamente lo que parecía: otro atraco para beneficiar a los atracadores. Un arsenal jurídico, en todo caso, que ha hecho agachar las orejas a las normalmente prepotentes entidades financieras, siempre seguras de que al final, con razón o sin ella, su músculo económico y su ejército legal serían capaces de rendir al número suficiente de incautos como para que los beneficios siguieran compensando su voracidad amoral.

Todo parece indicar que en este caso no lo ven tan claro, por lo que los bancos están quemando sus últimas naves en espera de que se plasme la intervención salvadora del Gobierno. Este, mucho más ágil en la respuesta cuando la tragedia se cierne sobre los banqueros que cuando se ceba con los ciudadanos, como en el caso de las preferentes, ha anunciado que está preparando un decreto que permita rápidos acuerdos con las cláusulas suelo. Todavía no ha sido capaz de aprobarlo, y dados los antecedentes hemos de suponer que está tratando de encontrar el modo de salvaguardar los intereses de los de siempre. De momento, ya ha dejado caer que los bancos podrán devolver lo robado a sus clientes en activos financieros de las propias entidades en lugar de en efectivo y que tendrán un plazo enormemente generoso para ponerse al día.

Era de esperar, para estas cosas tanto el Gobierno como la banca han sido siempre muy constantes, incluso previsibles. Por eso lo mejor es tomar la delantera y no esperar los paños calientes. Va a ser divertido ver cómo pasan el trago con un ejército de clientes cabreados y una jauría de abogados desatados con dos sentencias inapelables en sus carteras. Es nuestra oportunidad, ¡lo que yo pagaría por una cláusula suelo!

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